El problema de la comunidad y la nación
Vínculos afectivos
En general, y muy genéricamente, se considera que una comunidad es un colectivo humano vinculado por lazos naturales, afectivos y espirituales. En cuanto a los vínculos naturales, podemos decir que los más básicos son los de parentesco, por lo que un clan o una unidad familiar integrada por padre, madre, hijos y abuelos sería una comunidad natural. Si hablamos de vínculos afectivos, la familia también entraría dentro de esta categoría, pero no sólo la familia, sino que también lo sería un grupo de amigos. Si nos refiriéramos los lazos espirituales, entonces deberíamos incluir las confesiones religiosas, pero también las tribus y los clanes porque los componentes de las tribus y clanes suelen compartir unos valores y unas creencias, así como la idea de provenir de antepasados comunes o, al menos, de compartir un origen mítico o histórico, cosa que también las convertiría en comunidades naturales.
Orígenes comunes
Normalmente, todas estas clases de nexos están estrechamente conectados, ya que los miembros de familias y tribus, más allá de las vinculaciones afectivas, suelen compartir antepasados, orígenes y creencias religiosas, o siguiendo el camino contrario, también es fácil que personas que compartan creencias religiosas establezcan vínculos de hermandad y solidaridad, cosa que al final incluye una cierta forma de afectividad. Este conjunto de factores, en definitiva, debería ser la clave que nos debería ayudar a entender qué es realmente una comunidad. ¿Pero, es realmente tan sencilla la idea de «comunidad? ¿Y qué relación puede tener todo esto con la nación?
La nación como nuevo tipo de comunidad humana
En Nación, nacionalismo y relato histórico manifiesto que una nación es un tipo de comunidad humana. En este sentido, si tengo razón, la nación vincularía las personas en relación con valores compartidos, aunque estos valores fueran únicamente cívicos o políticos. También considero que una nación remite a una historia y a unos orígenes comunes, independientemente de que estos orígenes sean reales o ficticios, o que se remonten a los tenebrosos bosques de Teutoburgo, en la era romana, o en Chesapeake, ya en los inicios de la modernidad.
En general, los nacionalistas y los estados nacionales acaban creando vínculos mediante la creación de un relato que invoca unos orígenes culturales e históricos, a veces reinterpretando racionalmente y científicamente los hechos, a veces reconstruyendo la historia groseramente para situar un comienzo que sirva de punto referencia espiritual y cultural para todos los ciudadanos. De hecho, de forma más o menos racional y científica, o de forma chapucera, es lo que hacen los todos los nacionalismos, sean cívicos o étnicos, como explico en mi libro.
Actúan así porque consideran que para lograr una cohesión social sólida y duradera no basta con la mera relación contractual. Invocando, sin embargo, un origen común, sea éste histórico o cultural, confieren un sistema de identidad a la nación, ya que, supuestamente, una sociedad que comparte una identidad es, teóricamente, más estable y puede, en definitiva, instituir una comunidad más cohesionada, aunque no podamos olvidar que un sistema de identidad que se alza contra otras identidades o presuntas identidades puede ser también una fuente de grave inestabilidad sociopolítica, como se puede comprobar en la historia. Más allá de ello, la comunidad nacional debería ser muy diferente del resto de comunidades, ya que está muy claro que no se trata ni de una familia, ni de un grupo de amigos, ni de una tribu ni de una confesión religiosa. Entonces, suponiendo que sea cierto que una nación es un tipo de comunidad, ¿qué características diferenciarían las naciones del resto de comunidades? Y, ¿en qué sentido todas estas entidades y grupos sociales entrarían una misma categoría sociológica, si es que entran en ella?
Una comunidad racional
En Nación, nacionalismo y relato histórico establezco que la nación debe ser una comunidad racional, dado que la identidad dada a sus ciudadanos tiene sus orígenes en la historia, y la historia es, en última instancia, una comprensión racional del devenir humano. En este punto entro en franca contradicción con muchos historiadores y eruditos críticos con el nacionalismo, también con aquellos que creen que los lazos comunitarios se rompen cuando la racionalidad entra en juego, pero considero que doy razones para argumentar que la nación es, primordial y sustancialmente, una estructura social comunitaria con una base racional. Pero ello no se debe únicamente al hecho de que se remita a un relato histórico, también se debe al hecho de que ha sido erigida por los procesos de modernización sociales y económicos. Además, ha ayudado a modernizar a muchas sociedades, a través de la construcción de culturas estandarizadas y mediante la alfabetización masiva, cosa que facilitó la movilidad, así como la comprensión mutua entre personas desconocidas que tenían que cooperar y que antes podían hablar leguas incomprensibles entre ellas. Más allá de esos argumentos, esto es precisamente en lo que quiero profundizar, para ver si lo que establezco en Nación, nacionalismo y relato histórico tiene suficiente solidez.
Pero en Nación, nacionalismo y relato histórico no solo hablo de la nación en relación con los procesos de modernización. También hablo de vínculos morales. En todo caso, en tanto que se supone que estamos ante una comunidad racional, esos vínculos morales también deberían tener un fundamento racional. Los principios éticos sobre los que se sostendría no podrían, de esta manera, basarse, meramente y únicamente, en las tradiciones, las costumbres, la religión o sobre creencias míticas más o menos fundamentadas. Deberían tener, ante todo, un carácter racional.
La nación como entidad integradora de sistemas de cultura
La nación, en definitiva, en general y, en primer lugar, sería lo que Jaume Farrerons llama una “entidad”, es decir, una comunidad vinculada por lazos éticos, cosa que en mis términos significa “un sistema moral fundamentado racionalmente”. En segundo lugar, sería una comunidad moderna. En tercer lugar, y dentro de ciertos límites, también pensamos que sería una comunidad integradora, ya que es capaz de superponerse, encajar y coordinar múltiples confesionalidades, etnias, colectivos, organizaciones, grupos y comunidades primarias que en teoría pueden tener muy pocas cosas en común entre ellas, integrándolas en su seno como funciones sociales. Y digo que es “capaz” porque no se puede negar que ciertas interpretaciones de la idea de “nación” pueden consistir en modelos de cultura bastante restrictivos (aunque esto no los haga más o menos válidos como naciones, y aquí deberíamos de naciones secuestradas). Este sería el caso de la España franquista, plenamente identificada con la cultura y la lengua españolas, y un catolicismo muy reaccionario. De la misma forma y además de ello, ciertos tipos de organización y ciertos valores pueden ser totalmente incompatibles con el nacionalismo si entran en contradicción con sus principios básicos, como el de fundamentación racional de la ética y de los principios de la política. En todo caso, si queremos entender realmente que es una nación si la identificamos con una comunidad, ahora nos toca estudiar que es una comunidad.
Nación y contrato social
Ya sabemos que hay teóricos que consideran que una nación es simplemente una organización política fundada en un sistema de contratos, y que, en consecuencia, no estarían de acuerdo en considerarla como un tipo de comunidad. Sólo sería, en este sentido, un tipo de asociación muy específico. Por esta razón, mientras estudiemos la comunidad, también debemos estudiar su teórico contrapunto sociológico: la asociación. Tampoco podemos subestimar a los eruditos que restringen la idea de “comunidad” a ciertos tipos de estructura social relacionada con el ámbito de local. Además, debemos entender qué significan “sociedad total” y “sociedad global”, conceptos que por otra parte debemos diferenciar correctamente. Ello es necesario porque hay que entender que de la misma manera que hay muchos problemas para concebir la nación sólo a partir de la tesis contractual o como entidad sociopolítica meramente cívica, también hay muchos problemas para definirla como una comunidad.
Aquellos que argumentan que la nación es una entidad social contractual y política, una forma de asociación y no una entidad comunitaria o cultural, están armados con buenas razones que no podemos ignorar. Considerar a las naciones como comunidades nos obliga a enfrentar ciertos problemas teóricos. Sólo a primera vista parece contradictorio que una nación sea una comunidad y al mismo tiempo una entidad política y cultural racional y moderna, ya que muchos académicos creen que el sistema de vida comunitaria está más bien asociado con las estructuras sociales tradicionales que la modernidad que la racionalización social se ha desintegrado. Además, hay otros teóricos que opinan que una comunidad no puede ser una estructura social autoconsciente (Bauman), ya que cuando la comunidad se autopercibe como tal comunidad, se disuelve. Por lo tanto, según estas teorías, si la nación es una estructura social autoconsciente y racional, no puede ser de ninguna manera una comunidad genuina. A lo sumo, debe ser una comunidad en descomposición, o el producto de la descomposición de una comunidad tradicional. Este no es realmente un problema teórico menor que pueda ser subestimado.
Redes sociales
Podemos empezar a señalar algunas de las ideas que nos conducirán hacia una posible solución al problema. Las comunidades, defienden muchos teóricos, suelen ser redes sociales espontáneas y naturales, no prefabricadas o montadas desde arriba, o estructuradas en función de algún plan. Esta idea es altamente discutible porque muchas comunidades aparecieron como consecuencia de una relación feudal impuesta, que ataba los hombres a la tierra, pero, por ahora y metodológicamente, aceptaremos esta idea. Así, siguiendo este criterio, deberíamos decir que las comunidades estarían antes de la racionalidad; y la nación, si es una comunidad, debería ser anterior, ontológicamente hablando, a cualquier proceso de racionalización y no podría ser, por esta razón, racional. Por lo contrario, si tal y como he postulado, se supone que una nación es una reconstrucción a posteriori de la historia, no puede provenir de la naturaleza humana o la espontaneidad, por lo que ya no sería, según el criterio provisional que he adoptado, una comunidad. También hay, inversamente a todas estas teorías, quien propone que las comunidades no son necesariamente anteriores a la racionalización o planificación, sino que también pueden ser el resultado de planes racionales, y que pueden haber sido creadas precisamente para responder a necesidades e intereses determinados. Es, por ejemplo, el caso de Pablo de Marinis, quien estima que, para formar una comunidad, sólo hay que considerarse como formando parte de ella, cosa que abre el camino a la posibilidad de que también sea producto de un plan racional. Marinis considera que tanto un grupo de entusiastas de Jack Daniel reunidos en una red de Facebook, como los clientes de Movistar, pueden ser parte de una comunidad si se consideran a sí mismos como formado parte de éstas. Sucedería exactamente igual con un colectivo de indígenas. Tribus que antaño podrían haber guerreado y haberse odiado profundamente, al entrar en contacto con la modernidad, podrían haberse hecho conscientes de aquellos valores que los unen, vinculados al entorno natural que compartían, y forjar una unión que les permitiría hacer frente a los problemas asociados la modernidad, como, por ejemplo, el de la explotación forestal de alguna multinacional maderera que trata de robarles el territorio. De esta manera, gracias a la conciencia de problemas o intereses compartidos, se han habrían hecho conscientes de los valores ancestrales comunes y, con ello, la autoconsciencia sería, precisamente, el fundamento de esa nueva comunidad. En todo caso, una comunidad no tiene por qué fundarse, únicamente, en valores tan profundos, ya que profesores y alumnos de una carrera de sociología, así como los padres y profesores de un instituto o un conjunto de personas que se reúnen periódicamente para comer en los restaurantes cercanos pueden también formar algún tipo de comunidad, aunque estas comunidades se funden en la amistad o la vecindad, muy distintas a las naturales, como las de los indígenas.
Un plan racional
Según Marinis, la reivindicación de una comunidad se asocia con una connotación positiva y con sentimientos de fraternidad, unión, solidaridad. También con la idea de compartir algo que, de alguna manera, nos hace un tanto diferentes a otras personas. También habla de un legado, gustos, inclinaciones y destinos compartidos y sugiere que muchas veces estas comunidades no son producto de una actividad espontánea, sino, contrariamente a lo que se supone que deben ser las comunidades, se trata del resultado de un plan liderado por burócratas estatales o expertos en propaganda empresarial[1]. Y si estas comunidades se han prefabricado siguiendo un plan racional, entrelazando redes de solidaridad y amistad a posteriori, también podríamos entender que las comunidades no son necesariamente entidades sociales que surgen como resultado de determinadas las necesidades (como la de supervivencia y procreación), sino que también pueden ser el resultado de la creación intencional de personas que fabrican necesidades o intereses comunes y que incitan a cooperan durante largos períodos de tiempo.
Compartir recursos
Así, personas desconocidas que empiezan a vivir en áreas muy cercanas y que se ven obligados a compartir recursos, pueden, estructurar una auténtica comunidad. Quizá, momentáneamente, la vida en común consista, únicamente, en una colaboración asociativa, pero con el tiempo, en la medida que se vayan estableciendo unos hábitos, acabarán creando algo parecido a costumbres y, posteriormente, a tradiciones. Incluso pueden llegar a crear un vocabulario y un lenguaje adaptado a las necesidades del entorno. Todo ello es precisamente el fundamento de una nueva comunidad. Por ello, un grupo de colonos que no se conocían y que se establecen en un nuevo territorio, o en una tierra virgen, podría ser un ejemplo. Lo más probable es que llegaran a ellas con el propósito de constituir una nueva comunidad, pero, aunque esa no fuera la idea, al final es inevitable establecer lazos de amistad y solidaridad. Es necesario para la misma supervivencia de las personas y el grupo. Eso es lo que sucedió, por ejemplo, en América o Australia. Pero una comunidad no es, directamente, una nación.
Avatares históricos
Pero este no es el caso de la nación. Al menos este supuesto no lo explica todo. No creo que ninguno de los primeros colonos americanos tuviera la intención de fundar los Estados Unidos. Tampoco los de América del Sur. A diferencia de muchas ciudades o colonias, no consideramos que la nación haya sido creada por ningún plan preestablecido, sino, más bien por causa, de los avatares históricos, las necesidades de la tecnología, la racionalización administrativa y el auge de la ciencia, cosas que obligaron a legitimar los vínculos sociales y de poder a través de relatos racionales, es decir: históricos. El proceso podría pensarse así: la necesidad de reemplazar a la comunidad tradicional crea la nación; la nación cobra vida propia y se convierte en una comunidad; la nación crea nuevas necesidades. Si pensamos en ello, todos los problemas vistos por aquellos que sienten que la comunidad está antes que las necesidades y, por lo tanto, que la sociedad, comparten una perspectiva equivocada de lo que realmente sería una comunidad. Y es que esta idea tiene sus limitaciones. Es como pensar absurdamente que el elefante nace primero y luego el elefante asume las necesidades. En realidad, las necesidades del elefante no son una pieza separada que se le añada a posteriori, sino que forman parte del carácter y la esencia del elefante. Si el elefante tuviera necesidades diferentes, ya no sería un elefante, sino una bestia diferente. Y si un hombre no tuviera ciertas necesidades, sería un dios, un demonio o una piedra, como probablemente pensaría Aristóteles. La naturaleza del hombre es social, y además de social, viene diseñado con una gradiente afectivo y emocional, ello significa que no puede existir meramente en una dimensión societaria. Necesita constituir comunidades. En este sentido, las comunidades son un resultado de la naturaleza humana. Son producto de una necesidad humana, pero al mismo tiempo no algo aparecido a posteriori de lo humano, sino que se trata de algo tan humano como los sentimientos. La comunidad y lo humano forman parte de lo mismo. Y, junto a ello, no podemos ignorar la racionalidad. La racionalidad forma parte de lo humano y ninguna cultura ha podido desarrollarse y prosperar sin ella, aunque esta racionalidad sea únicamente la instrumental y la técnica.
¿Es demasiado amplio el concepto de «comunidad»?
A pesar de estas disquisiciones acerca la naturaleza comunitaria de lo humano, las naciones no son como un grupo de amigos que comparten Facebook, ni clientes de Movistar, ni meros amantes del Jack Daniel, la ratafía o de los Aromas de Montserrat, sino algo mucho más complejo y que tiene que movilizar los instintos y sentimientos más profundos de la gente, por lo que su estudio, obviamente, tiene que ser abordado desde una perspectiva totalmente diferente a la que tomaríamos si nuestro objeto de investigación fuera el de las comunidades de Facebook. De hecho, todo lo que se ha escrito hasta aquí ha sido, meramente, una tormenta de ideas que debe previsualizar la complejidad con la que nos vamos a encontrar si se quiere entender a la nación como comunidad racional, así como la dificultad asociada a los conceptos que se necesitan manipular a tal efecto. Para encontrar una solución al problema de la relación entre la nación y la comunidad, debemos entender, como explica René König, que hay 94 definiciones de comunidad[2]. Cada definición puede referirse a aspectos de diferentes de la comunidad o incluso a tipos de comunidades diferentes. Esto también puede significar que las cosas que tradicionalmente hemos pensado como comunidades, realmente no lo sean, o que la dicotomía entre la sociedad y la comunidad no sea capaz de clasificar correctamente toda la diversidad de grupos sociales, tal y como creen algunos sociólogos contemporáneos. Si es el primer caso, de todos modos, se debe encontrar una definición común para todo tipo de comunidades, y si no se puede encontrar, debemos considerar la segunda opción. Este es el problema que se deriva de poner en el mismo cajón conceptual a la familia, el barrio, el vecindario, la mafia, la comunidad religiosa, etc. Realmente, deberíamos preguntarnos si es posible encapsular todos estos sistemas sociales bajo en concepto de “comunidad”.
EDUARD SERRA
[1]Cfr. Marinis, Pablo de. La comunidad según Max Weber: desde el tipo ideal de la Vergemeinschaftung hasta la comunidad de los combatientes. CONICET – Universidad de Buenos Aires. Papeles del CEIC. Volumen 2010/1 # 58 marzo 2010.
[2]König, René. Sociología de la comunidad local. Madrid. La Editorial Católica. 1971. p. 41