Hannah Arendt. Poder, autoridad, violencia. Apuntes de la Universidad de Barcelona UB (1996)

Tomados durante el año 1996 en la Universidad de Barcelona. Se desconoce quién los tomó, pero merece la pena que sean rescatados del olvido para que puedan ser utilizados por cualquier persona que esté interesada en el tema..



Hannah Arendt

            Si comenzamos una discusión sobre el fenómeno del poder, descubrimos pronto que existe un acuerdo entre todos los teóricos políticos según el cual la violencia no es sino la más flagrante manifestación del poder. Esta coincidencia resulta muy extraña, porque comparar el poder político con la organización de la violencia solo tiene sentido si uno acepta la idea marxista del Estado como instrumento de opresión de la clase dominante. Esto puede inducirnos a preguntar si el final de la actividad bélica significaría el final de los Estados. La respuesta parece que dependerá de lo que entendamos por poder. Y el poder resulta ser un instrumento de mando mientras que el mando, nos han dicho, debe su existencia al instinto de dominación.
            Si la esencia del poder es la eficacia del mando, entonces no hay poder más grande que el que emana del cañón de un arma y sería muy difícil decidir en qué forma difiere la orden dada por un policía de la dada por un pistolero. «Tenemos que decidir si, y en qué sentido, puede el poder distinguirse de la fuerza para averiguar cómo el hecho de utilizar la fuerza conforme a la ley cambia la calidad de la fuerza en sí misma y nos presenta una imagen enteramente diferente de las relaciones humanas», dado que la  «fuerza, por el simple hecho de ser calificada, deja de ser fuerza»[1]. El poder, en el concepto de Passerin, es una fuerza calificada o institucionalizada. En términos de nuestras tradiciones de pensamiento político estas definiciones tienen mucho a su favor. No sólo se derivan de la antigua noción del poder absoluto que acompañó a la aparición de la Nación-Estado soberana europea, sino que también coinciden con los términos empleados desde la antigüedad griega para definir las formas de gobierno como el dominio del hombre sobre el hombre. Además, este antiguo vocabulario es extrañamente confirmado y fortificado por la adición de la tradición hebreo-cristiana y de su imperativo concepto de ley.
            Sin embargo, existe otra tradición y otro vocabulario no menos antiguo y no menos acreditado por el tiempo. Cuando la ciudad-estado ateniense llamó a su constitución una isonomía o cuando los romanos hablaban de cívitas, pensaban en un concepto del poder y de la ley cuya esencia no se basaba en la relación mando-obediencia. Una de las distinciones más obvias entre poder y violencia es que el poder siempre precisa el número, mientras que la violencia, hasta cierto punto, puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos. La extrema forma de poder es la de Todos contra Uno, la extrema forma de la violencia es la de Uno contra Todos.
            Es una triste reflexión sobre el actual estado de la ciencia política, recordar que nuestra terminología no distingue entre palabras clave tales como ‘poder’, ‘potencia’, ‘fuerza’, ‘autoridad’ y ‘violencia’. Emplearlas como sinónimos no solo indica una cierta sordera a los significados lingüísticos sino que también ha tenido como consecuencia un tipo de ceguera ante las realidades que les corresponden.
            ‘Poder’, corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece a un grupo y sigue existiendo mientras existe al grupo.
            ‘Potencia’, designa inequívocamente a algo en una entidad singular; es propiedad inherente a un objeto o a una persona y pertenece a su carácter.
            ‘Fuerza’, que utilizamos en el habla cotidiana como sinónimo de violencia debería quedar reservada a las fuerzas de la naturaleza o a la fuerza de las circunstancias.
            ‘Autoridad’, Su característica es el indiscutible reconocimiento por aquellos a quienes se les pide obedecer; no necesita ni la coacción ni la persuasión.
            ‘Violencia’, se distingue por su carácter instrumental. Fenomenológicamente está próxima a la potencia, dado que los instrumentos de la violencia, como todas las demás herramientas, son empleados y concebidos para aumentar la potencia natural hasta que en la última fase de su desarrollo puedan sustituirla.
            Quizá no sea superfluo añadir que estas distinciones, aunque en absoluto arbitrarias, difícilmente corresponden a compartimentos estancos del mundo real del que han sido extraídas, y muchas veces, nada resulta tan corriente como la combinación de violencia y poder, y nada menos frecuente como hallarlos en su forma pura y por eso extrema. Pero debe reconocerse que resulta especialmente tentador en una discusión sobre lo que es realmente uno de los tipos de poder del Gobierno, concebir el poder en términos de mando y obediencia e igualar así el poder a la violencia.
            Desde comienzos de siglo, los teóricos de la revolución nos han dicho que las posibilidades de la revolución han disminuido significativamente en proporción a la creciente capacidad destructiva de las armas. La Historia de los últimos sesenta años nos cuenta algo muy diferente. Donde el poder se ha desintegrado, las revoluciones se tornan posibles. Nunca ha existido un gobierno basado exclusivamente en los medios de la violencia.
            Pasemos, por un momento, al lenguaje conceptual: el poder corresponde a la esencia de todos los gobiernos, pero no así la violencia. La violencia es por naturaleza instrumental; como todos los medios siempre precisa de una guía y una justificación hasta lograr el fin que persigue. Y lo que necesita justificación no puede ser esencia de nada. El poder no necesita de justificación, siendo como es, inherente a la verdadera existencia de las comunidades políticas; lo que necesita es legitimidad.
            En un choque frontal entre la violencia y el poder el resultado es difícilmente dudoso. Si la enormemente poderosa y eficaz estrategia de resistencia no violenta de Gandhi se hubiera enfrentado a un enemigo diferente, el desenlace no hubiera sido la descolonización sino la matanza y la sumisión. El dominio por la pura violencia entra en juego allí donde se está perdiendo el poder.
            Para resumir: políticamente hablando, es insuficiente decir que el poder y la violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos: donde uno domina absolutamente falta el otro.
            Debe parecer presuntuoso hablar en estos términos sobre la naturaleza del poder y las causas de la violencia, cuando ríos de dinero de las fundaciones van a parar a diversos proyectos de investigación social, cuando ya se ha publicado un diluvio de libros sobre la materia, cuando eminentes, biólogos, fisiólogos, zoólogos, etc han participado por el esfuerzo general por resolver el enigma de la violencia, pero puedo aducir una excusa.
En primer lugar no consigo ver como las disciplinas naturalistas se pueden aplicar a nuestro problema. En segundo lugar, los resultados de las investigaciones tanto de las ciencias sociales como de las naturales, tienden a considerar el comportamiento violento como una reacción más «natural » de lo que estaríamos dispuestos a admitir sin estos resultados. Al margen por completo de la desorientadora transposición de términos físicos tales como ‘energía’ y ‘fuerza’ a terrenos biológicos y zoológicos, donde carecen de sentido puesto que no pueden ser medidos, me temo que tras los más recientes descubrimientos nos acecha la antigua definición de la naturaleza del hombre como animal racional, según la cual solo diferimos de las otras especies animales por el atributo adicional de la razón.
            Es un lugar común señalar que la violencia a menudo brota de la rabia y la rabia puede ser , desde luego, irracional y patológica, pero de la misma manera que puede serlo cualquier otro afecto humano. La ausencia de emociones no causa ni promueve la racionalidad.
            No han sido muchos los autores de categoría que hayan glorificado la violencia por la violencia; pero esos pocos, se encontraban impulsados por un odio mucho más profundo hacia la sociedad burguesa y llegaron a una ruptura más radical con sus normas morales que la Izquierda convencional, principalmente inspirada por la compasión y el ardiente deseo de justicia. Lo que provoca la rabia es la apariencia de racionalidad más que los intereses que existen tras esa apariencia.
            Aunque la eficacia de la violencia no depende del número, éste, en la violencia colectiva, destaca como su característica más peligrosamente atractiva  y no en absoluto porque el número aporte seguridad. En realidad, en todas las empresas ilegales, delictivas o políticas, se exigirá que cada individuo realice una acción irrevocable con la que rompa su unión con la sociedad respetable, antes de ser admitido en la comunidad de la violencia. Fanon apunta al bien conocido fenómeno de la hermandad en el campo de batalla donde diariamente tiene lugar las acciones más nobles y altruistas.
            He aquí, pues, como mucho antes que Konrad Lorenz descubriera la función promovedora de la violencia en el reino animal, era elogiada como manifestación de la fuerza de la vida y, específicamente, de su creatividad. Nada podría ser teóricamente más peligroso que la tradición del pensamiento orgánico en cuestiones políticas por la que el poder y la violencia puedan ser interpretados en términos biológicos.
            La violencia, siendo por su naturaleza un instrumento, es racional hasta el punto en que resulte efectiva para alcanzar el fin que deba justificarla. Sin duda alguna, la violencia renta, pero lo malo es que renta indiscriminadamente. Y como las tácticas de la violencia y del quebrantamiento solo tienen sentido cuando se emplean para lograr objetivos a corto plazo, es más probable que el poder establecido acepte demandas estúpidas y obviamente dañinas. Además, el peligro de la violencia, aunque se mueve conscientemente dentro de un marco no violento de objetivos a corto plazo, será siempre el de que los medios superen el fin.
            Finalmente, cuando más grande sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción de la violencia. La característica crucial de las rebeliones estudiantiles del mundo entero ha sido el de haberse dirigido en todas parte contra la burocracia dominante. La transformación del Gobierno en Administración, o de las Repúblicas en burocracias y la desastrosa reducción del dominio público que la ha acompañado, tiene una larga y complicada historia a través de la Edad Moderna, y este proceso ha sido considerablemente acelerado durante los últimos cien años merced al desarrollo de las burocracias de los partidos. Los procesos de desintegración que se han hecho tan manifiestos en los últimos años son resultado automáticos de las necesidades de las sociedades de masas que se han tornado indominables. La grandeza se ve afligida por la vulnerabilidad y las grietas en la estructura del poder se ensanchan en todas partes menos en los pequeños países. Además, existe la reciente aparición de una curiosa nueva forma de nacionalismo, usualmente concebida como inclinación a la Derecha, pero que, más probablemente, constituye un indicio de un resentimiento creciente y mundial contra la grandeza como tal.
            Cualesquiera que puedan ser las ventajas y desventajas administrativas de la centralización, su resultado político es siempre el mismo: la monopolización del poder provoca la desecación o el filtrado de todas las auténticas fuentes del poder en el país.
            Si el poder guarda alguna relación con el nosotros-queremos-y-nosotros-podemos, a diferencia del simple nosotros-podemos, entonces hemos de admitir que nuestro poder se ha tornado impotente. Los progresos logrados por la ciencia nada tienen que ver con el yo-quiero; seguirán sus propias leyes inexorables, obligándonos a hacer lo que podemos, prescindiendo de las consecuencias. Una vez más, ignoramos a dónde nos conducirán estas evoluciones, pero sabemos, o deberíamos saber, que cada reducción de poder es una abierta invitación a la violencia, aunque solo sea por el hecho de que quienes tienen el poder y sienten que se les desliza de sus manos, sean el Gobierno o los gobernados, siempre les ha sido difícil resistir a la tentación de sustituirlo por la violencia.
    [1]Notion of the State. Alexandre Passerin.
N/A

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