La crítica al liberalismo 4. Michael Walzer

Introducción

Si alzamos una primera definición de comunidad como un tipo de sociedad global (ya explicaré en otro artículo qué es esto de la “sociedad global”) y como una red de distribución autónoma y autosuficiente de bienes (tanto materiales como espirituales y culturales), es estrictamente necesario que entendamos qué son los bienes, cómo se relacionan con las personas, cómo se relacionan con las sociedades y cómo se relacionan entre sí. Obviamente, MacIntyre, Sandel y Taylor (así como los liberales) ya nos dotan tanto de una noción sobre el sentido y el significado que encierran los bienes como del sentido y el significado de los distintos conjuntos de relaciones sociales que se estructuran a través de su distribución, aunque muchas veces estas explicaciones no puedan parecernos satisfactorias. Walzer, sin embargo, toma un camino que nos permite visualizar no sólo la relación que se da entre los bienes y la distribución, sino, también, como se estructuran todos los ámbitos de la vida social en relación a ellos.  Es precisamente lo referente a estos ámbitos de la vida aquello que me interesa investigar en esta web y en relación con el nacionalismo, ya que se corresponde con las diversas funciones y dominios particulares de la vida social y cultural, con sus respectivos valores. De hecho, sin comprender cómo funcionan los valores tampoco entenderemos nada ni de los bienes ni de la distribución, ya que los bienes son bienes en tanto que están impregnados de valores y son valiosos precisamente por ellos. El análisis exhaustivo de la relación entre bienes y valores es una de las tareas que muchas veces encuentro a faltar tanto por parte de los pensadores liberales como por parte de los pensadores comunitaristas, pero que a mi criterio es fundamental a la hora de entender tanto las sociedades como las funciones sociales.

Básicamente y como ya he dicho en otros artículos, cada teoría es como una torre de vigilancia situada en un punto geográfico que nos da una visión distinta a la que ofrecen las demás teorías. Aunque la realidad que observen sea la misma, desde una torre (teoría) quizá se pueda ver un río que desde la otra no se verá, y desde la otra, un poblado que pasa desapercibido a la primera. Así, podemos imaginar que la teoría de Walzer es como una torre de vigilancia de la vida colectiva. Esta torre, para mí, es como una sofisticada herramienta que nos permitirá entender a un tiempo tanto qué es una comunidad (como sociedad global) como qué es una nación como estructura social con ámbitos funcionales que, aunque se muevan por separado, al final serán absolutamente dependientes entre ellos porque actuarán como mecanismos de una máquina mucho más compleja. En definitiva, la nación y la comunidad son como máquinas que no pueden funcionar sin mecanismos, pero los mecanismos, por sí solos, se quedan en el vacío y no sirven para nada, aunque esto no signifique que no puedan tener un funcionamiento autónomo regidos por valores distintos a los de la sociedad o máquina global a la que ayudan a funcionar. Al final, aunque podamos ver la nación como una red autosuficiente de distribución de bienes, nos daremos cuenta que sin entender la sofisticada relación entre las diversas esferas, ámbitos y funciones de una comunidad moderna, así como la manera de distribuir sus bienes, jamás podremos entender la nación ni el nacionalismo. La perspectiva de la distribución, además, nos permitirá observar cómo operan los mecanismos o departamentos de la vida social. 

En todo caso, aquí he descrito mis objetivos en relación con la teoría de Walzer, pero no los objetivos de Walzer. Así que creo que lo mejor para presentar su teoría es dejar que Walzer hable por sí mismo. Este texto es un resumen o extracto del primer capítulo de las Esferas de la Justicia, un capítulo que nos da las líneas maestras que han de orientar el análisis de las diversas esferas sociales que determinan, a su vez, las diferentes esferas de la justicia durante todo el libro. Para redactar este texto omití ciertas partes del escrito de Walzer considerando que su ausencia no dañaba la compresión general del su trabajo. También lo adapte a mis necesidades (la de comprender la nación en tanto que comunidad o sociedad global), pero de una manera que considero aceptable porque creo que respeta aquello que Walzer pretende decir.

La teoría de Walzer

Para resumir la teoría de Walzer, podemos decir que cada bien o conjunto de bienes análogos forma una red de relaciones y distribuciones particulares, diferente a la compuesta por otro conjunto de bienes, de manera que para cada red hay todo un conjunto de significados que determinan qué es valioso o qué no lo es, así como quién es el depositario legítimo de estos bienes. En resumen y, por ejemplo, los significados de los bienes asociados a la esfera del comercio determinarán que, si una persona es un buen negociante o un buen administrador económico, tendrá derecho a controlar la riqueza. La de la esfera del amor que, si una persona es hermosa o encantadora, tendrá todos los requisitos para disfrutar de los favores sexuales de otras personas. Si una persona muestra una facultad de liderazgo y honestidad indiscutible, tendrá el derecho de controlar la esfera política, entendiendo la política como la administración del bien común. Los problemas ocurren cuando el legítimo poseedor o dominador de un determinado bien asociado a una esfera pasa a controlar las otras esferas de bienes debido al control que tiene sobre el bien que controla legítimamente, y no por el significado de los otros bienes.  Así, si una persona utiliza su poder político o económico para casarse con una persona que no lo ama, está rompiendo la legitimidad de su poder y ejerciendo la tiranía. Lo mismo sucederá con la votación. Si compra un voto, quizá no se convierta en un tirano en relación con la persona a la que se lo ha comprado, pero sí en relación con las personas que no lo han votado o que lo han votado creyendo en su honestidad. En todos estos casos, se trata de una intromisión ilegítima de una esfera de bienes en otro. Otro ejemplo: la verdad y la historia científicas no pueden ser definidas por intereses políticos y económicos, sino por el científico y el historiador por su conocimiento, y la verdad que hay que defender no es ni lo que daña ni lo que beneficia a los políticos, sino el conocimiento como un bien común. Esto es sintéticamente hablando, la teoría de Walzer, que describe en el capítulo uno de Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad.

La igualdad compleja

Ningún bien social debería convertirse en un medio de dominación. Esta es la tesis principal de Walzer, que reflexiona sobre la viabilidad de un modelo social igualitario compatible con la libertad. La dominación podría ser erradicada si los bienes sociales se distribuyeran por razón de su naturaleza. La igualdad, de esta manera, sería el resultado de un arte: la distribución de bienes.

Las sociedades humanas son comunidades distributivas y la justicia distributiva debe administrar todos los bienes. Esto significa que nada puede pasarse por alto. Los hombres nos asociamos para compartir, distribuir e intercambiar bienes. La justicia distributiva está relacionada tanto con el ser, como con el hacer, como con la propiedad; con la producción tanto como con consumo. También con la identidad y el estado[1]. Cada ideología justifica una o más formas de distribución de poderes, honores, gracia divina, afinidad, amor, conocimiento, riqueza, seguridad, trabajo, ocio, recompensas, alimentos, refugio, ropa, transporte, salud, etc. Hay sistemas distributivos simples (galeras de esclavos, monasterios, manicomios, etc.), pero ninguna sociedad humana ha sido jamás simple, sino más bien compleja y múltiple.[2] Por esta razón, nunca encontraremos una sola manera de entender el complejo grupo de sistemas de creencias y fórmulas distributivas que existen o existirán. Tampoco encontraremos ningún sistema universal de intercambio.

Desde el momento en que el intercambio directo de productos dejó de ser una opción viable, la moneda ha sido el sistema más utilizado. Mas la moneda no nos da directrices completas que nos permitan entender los sistemas de intercambio y distribución. Los mercados han sido muy importantes a la hora de intercambiar mercancías, pero nunca han sido capaces de distribuir o controlar todos los bienes. El hecho es que la singularidad de muchos de ellos los hace escapar de su capacidad operativa y de dominio. De la misma manera que los mercados, a los estados también se le escapan muchos bienes y áreas sociales de distribución, como las redes familiares, los mercados negros, las alianzas burocráticas, las organizaciones políticas o religiosas en la sombra, etc. Los estados pueden agregar impuestos, reclutar soldados, asignar, regular, nombrar, recompensar, castigar, pero nunca controlarán todos los universos sociales vinculados a la distribución de bienes. Nunca ha habido un único criterio para la distribución. La justicia distributiva ha mostrado un gran número de actitudes e ideologías. Sin embargo, el filósofo, con la intención de encontrar una teoría que nos haga entenderlo todo de una manera sencilla, trata de resistirse a la multiplicidad histórica de principios distributivos, y se lanza en busca de una simplicidad conceptual subyacente: un conjunto de artículos básicos subsumidos en un bien único y un único criterio distributivo que afecte a todas las redes de relaciones de bienes que interactúan en las comunidades humanas. Sin embargo, ésta es una tarea inútil, producto de la incapacidad de entender la naturaleza de la justicia distributiva. También pueden pensar que hay un principio único y un tipo único y legítimo de pluralismo. Sin embargo, este sistema único subsumiría un conjunto casi inalcanzable de formas de distribución[3].

Las teorías modernas postulan que la forma más plausible de explicar la complejidad inalcanzable de la distribución de bienes se aparta de la posición original, constituida por hombres y mujeres racionales con ciertas restricciones, como desconocer su situación particular y real en la sociedad. Rawls cree que las personas, sujetas a esta condición, estarían de acuerdo en un sistema de distribución específico de mercancías. Pero estos hombres y mujeres hipotéticas, no se dan, nunca se han dado o nunca se darán en ninguna sociedad. Los hombres y las mujeres, preocupados por su vida y sus circunstancias particulares, negociarían cosas muy diferentes. Aunque damos por sentado que las personas actúen de buena fe y cuiden el bien público y general, no podemos menospreciar la pertenencia histórica, cultural y grupal. Incluso si fueran favorables a la imparcialidad, la pregunta que harían sería una como esta: «¿Qué elegirían los individuos racionales, ubicados en un entorno cultural e histórico específico, compartiendo un destino con otras personas con las que tenemos muchas cosas en común?» La justicia, en este sentido, es una construcción humana, y no hay una sola forma de pensar o ponerla en práctica. Las reflexiones sobre la naturaleza de la justicia pueden manifestarse a través de un conjunto colosal de respuestas, tanto vinculadas a la diversidad cultural y moral humana, como a las diferentes formas de concebir la política. La cuestión, fundamentalmente, es la siguiente: cómo la naturaleza de los bienes sociales es plural, la manera de concebir la justicia también debe ser plural. Los diversos bienes deben distribuirse de diferentes maneras, por una parte, a causa de la naturaleza particular de cada uno de ellos y, en segundo lugar, por razón de la diversidad de procedimientos y agentes. Y este principio deriva, en el fondo, tanto de la misma comprensión de los significados de los bienes sociales tanto que los bienes sociales que los pueblos articulan, como de la dimensión histórica de la diversidad social y cultural[4].

Una teoría de los bienes

Las diversas teorías de la justicia se alzan sobre dos consideraciones primordiales:

  • Las personas distribuyen bienes a otras personas.

El término «distribución» se refiere, en este caso, a asignar, dar, intercambiar, etc., para que se convierta en el principal protagonista de estas actividades a individuos ubicados en los extremos, no como consumidores y productores, sino como agentes distributivos y receptores de bienes. Se trata de estudiar a las personas como agentes que interactúan en una actividad en particular: dar y tomar. ¿Cuál es nuestra naturaleza? ¿Cuáles son nuestros derechos? ¿Qué necesitamos, queremos y merecemos? ¿Qué podemos aceptar y qué no en condiciones genéricas? Las respuestas a estas preguntas se convierten en principios distributivos que en teoría deben controlar el movimiento de bienes. Pero esta visión es simplemente una simplificación que nos obliga a emitir algunos juicios sumarios sobre la naturaleza moral humana, juicios que probablemente nunca serán aceptados de manera general. Por esta razón, se puede proponer una descripción más compleja del proceso[5]central.

  • La gente concibe y crea bienes que después se distribuye entre sí.

En este caso la concepción y creación de bienes precede y controla la distribución. Los productos no aparecen únicamente en manos de agentes distributivos para llevar a cabo lo que consideren mejor, ni para compartirlos con arreglo a un principio general. Más bien, los bienes, debido a su significado, son un medio crucial para las relaciones sociales, entran en la mente de las personas antes de que lleguen a sus manos, y las formas de distribución se configuran de acuerdo con las concepciones compartidas sobre qué son y qué no son. Los agentes distributivos son contraídos por los bienes que poseen, y se puede decir que estos bienes se distribuyen por su naturaleza. Todas las cosas son siempre cosas particulares que hacemos hombres y mujeres en grupos particulares. No puede negar la importancia de la agencia humana, simplemente debemos centrar la atención en la distribución de bienes como tal distribución hacia la concepción y la creación: la forma de darles nombres, significados y la elaboración colectiva. Sobre la base de todos estos supuestos, con el fin de explicar y limitar el pluralismo de las posibilidades de distribución, necesitamos implementar una teoría de los bienes de la que se puedan derivar seis proposiciones más[6]:

  • Todos los bienes que la justicia distributiva trata de administrar son bienes sociales. Probablemente no hay otros tipos de bienes. Hay bienes, como los domésticos, que son objeto de una evaluación íntima y privada, pero sólo en culturas en las que el sentimiento se une de manera regular a este tipo de objetos. Es evidente que los últimos significados de los bienes son culturales y sociales, incluso los de los bienes privados. Ninguna de las invenciones se valora de acuerdo con la idea del inventor, sino que, contrariamente a ello, están sometidas a un proceso más amplio de concepción y creación. Los bienes de Dios serían la excepción a este principio general. No se rigen por esta norma, es él quien les da sentido y valor, y no necesita consentimiento social, pero, dejando de lado casos como este (probablemente no encontraremos más), los bienes del mundo tienen significados compartidos porque la creación y la concepción son procesos sociales. Por la misma razón, representan diferentes significados en diferentes sociedades. Un solitario apenas podría entender el significado de los bienes, o imaginar las razones para considerarlos agradables o desagradables. Los individuos pueden optar por significados latentes, subversivos o alternativos, pero sólo porque ya están impregnados con un significado socialmente aceptado. Una excentricidad acentuada ha sido a menudo uno de los privilegios de la aristocracia, pero esto, en el fondo, también es un bien social como cualquier otro.[7].
  • Los individuos asumen identidades específicas para la forma en que concebimos, creamos, usamos y poseemos bienes sociales. Es difícil separar lo que soy de lo que es mío. Mantenemos una relación con una serie de bienes. Estamos vinculados a un historial de transacciones, no sólo uno con el otro, sino, también, con el material y la moral con el que y en que vivimos. Sin esta historia, que se da desde el nacimiento, no seriamos personas identificables, no tendríamos una noción primordial a la hora de dar, asignar e intercambiar[8].
  • No existe un solo conjunto de bienes básicos o primarios concebibles para todos los mundos y materiales morales. Un conjunto de este tipo debería concebirse en términos tan abstractos que sería de muy poca utilidad a la hora de reflexionar sobre formas particulares de distribución. Incluso con respecto a la gama de necesidades, si observamos tanto el carácter físico como el moral, veremos que es muy amplia y las jerarquías muy diversas. Un bien muy necesario, como la comida, tiene diferentes significados en diferentes lugares. El pan es el cuerpo de Cristo, el símbolo del Sabat, el símbolo de hospitalidad, etc. Puede haber un sentido limitado o primario, por lo que, si hubiera 20 individuos en el mundo y muy poco pan para sostenerlos, la primacía del pan se convertiría en un principio suficiente de distribución, pero ésta podría ser la única circunstancia en la que se cumpliría este criterio, aunque ni siquiera en este caso esto podría estar asegurado. Si el uso del pan como símbolo religioso entrara en conflicto con su propósito nutricional, en tanto que los dioses exigieran que se quemara en lugar de ser consumido, no sabrías cual sería realmente su uso primordial y, entonces, ¿cómo podríamos incluir el pan en la lista de productos primarios universales? La pregunta es muy difícil de responder, y las respuestas convencionales son muy poco razonables si pasamos de las necesidades a las oportunidades, a las capacidades o a la reputación. Estos elementos sólo pueden incluirse si son abstraídos de cualquier significado particular y se vuelven, por consiguiente, insignificantes para cualquier propósito particular[9].
  • El significado de los bienes determina su movimiento, la relación con el bien social y los procedimientos distributivos. Si entendemos qué son y qué significan para aquellos que los consideran bienes, entenderemos cómo, para qué y por qué deben ser distribuidos. Cualquier distribución es justa o injusta en función de los significados sociales de los bienes. Esto es, claramente, un principio de legitimidad, pero también un principio crítico. Cuando los cristianos medievales condenaron la simonía, proclamaron que el significado de cierto bien, el oficio eclesiástico, lo excluía de la compra. Dada la compresión cristiana del cargo, se entendió que se debía escoger por razón del conocimiento y la misericordia, no por la riqueza. Hay cosas que presumiblemente el dinero podía comprar, pero no eso. Del mismo modo, las palabras «prostitución», «soborno», como «simonía», nos reiteran que hay bienes que, sobre la base de ciertos entendimientos, deben excluirse de la compra y la venta[10].
  • Los significados sociales son de naturaleza histórica, y los sistemas de distribución son justos o injustos, y se modifican y modelan a través del devenir histórico. Algunos bienes sociales pueden haberse caracterizado por estructuras normativas que se han reiterado en el tiempo y el espacio, pero esta circunstancia no se da en todo momento ni en todo lugar. En virtud de este hecho, el filósofo Bernard Williams consideró que los productos debían distribuirse por «razones relevantes», considerando que «relevante» significa vinculado a significados esenciales y no tanto a significados sociales. Por ejemplo, creer que los cargos deben asignarse a individuos cualificados es un hecho que se da en sociedades muy diversas y en el que la simonía y el nepotismo han sido considerados como pecados o injusticias. Sin embargo, ha habido muchas divergencias alrededor de los lugares sociales que deben ser considerados como cargos. Una vez más, si consideramos el castigo, se ha entendido ampliamente como un bien negativo que se impone a aquellos que se consideran merecedores en relación con un veredicto, y no por una disposición política. Pero hay diferencias considerables en la comprensión de lo que debe ser un veredicto, quién debe formularlo y cómo se ha de impartir la justicia a los acusados. Esto requiere una investigación empírica, ya que no existe un procedimiento intuitivo o especulativo para entender las razones pertinentes [11].
  • Cuando los significados son diferentes, las distribuciones tienen que ser autónomas. Los bienes sociales se comparten en esferas distributivas y cada esfera se determina por criterios distributivos apropiados. El dinero es inaceptable en el ámbito de las investiduras eclesiásticas, porque de lo contrario estaríamos ante la intrusión de la esfera económica en la esfera espiritual. La piedad, por ejemplo, no se habría convertido en un criterio de ventaja en los mercados, al menos tal y como se entiende de manera general la idea de «mercado». Cualquier bien susceptible de ser vendido correctamente debe ser capaz de venderse tanto al piadoso, como al profano, el hereje o el pecador. Si fuera de otra manera, no se podrían hacer grandes empresas. El mercado está abierto a todo el mundo, esto no es aceptable en la iglesia. Que las esferas tengan una cierta autonomía no significa de manera mecánica que estén totalmente aisladas, ya que cualquier cosa que afecte a una de ellas puede afectar al resto. La autonomía relativa, sin embargo, como el significado social, es un principio crítico y radical. No existe un criterio de distribución estándar válido para todos los ámbitos, sino que hay uno para cada bien social y para cada esfera de distribución en cualquier sociedad en particular. El problema es que los criterios que lo regulan tienden a ser violados y sus posesiones usurpadas, para que las esferas acaben siendo invadidas por hombres y mujeres poderosos[12].

Dominación y monopolio

De hecho, las violaciones son sistemáticas. La autonomía es una cuestión de significado social y valores compartidos, pero con frecuencia se presta más a las reformas y a las rebeliones que a la observancia cotidiana. A pesar de la complejidad de las diversas configuraciones distributivas, la mayoría de las empresas están organizadas en torno a lo que podría considerarse otras versiones sociales del estándar de oro. Se trata de bienes o grupos de bienes dominantes que, monopolizados y apoyados por la fuerza y cohesión de quienes los controlan, determinan el valor de los bienes en otras esferas de distribución. Por lo tanto, un bien es dominante si los individuos que lo poseen pueden disponer de un conjunto innumerable de bienes que pueden guardar muy poca relación con el bien o los bienes que teóricamente controlan legítimamente. Se monopoliza cuando un solo hombre, una única mujer (o un grupo de mujeres u hombres en el caso de los sistemas oligárquicos), los controla de manera efectiva e inequívoca ante cualquier otro rival. El predominio representa una forma de utilizar bienes que no se limitan a sus significados intrínsecos y que los configura a su imagen. El monopolio representa un medio de retención o control de bienes sociales para explotar su predominio. Cuando los bienes son escasos y muy necesarios, como el agua en un desierto, el monopolio se volverá dominante. En general, el predominio es una creación social mucho más elaborada, el trabajo de muchas personas, que mezclan la realidad y los símbolos. También fuerza física, reputación familiar, posición política, religión, riqueza heredada, capital, conocimiento técnico pueden haber sido los bienes dominantes en diferentes períodos históricos, monopolizados por algún grupo que se ha beneficiado de este dominio. Así, si se posee el bien dominante, el resto de los bienes pueden llegar en cadena[13].

De todas formas, ningún bien social domina íntegramente la gama de bienes porque ningún monopolio es perfecto, así que sólo se pueden describir tendencias, aunque se trate de tendencias cruciales. Podemos caracterizar las sociedades a través de los esquemas de conversión que establecen. Hay caracterizaciones simples. En una sociedad capitalista, el capital es dominante y puede convertirse en una fuente de prestigio y poder. En una tecnocracia, el conocimiento técnico ocupa un espacio similar. Pero no es difícil imaginar y observar sociedades mucho más complejas. El capitalismo y la tecnocracia son, de hecho, más complejos de lo que su nombre puede hacernos imaginar. El control monopolístico de un bien dominante también genera una clase dominante que se encuentra en el vértice de la pirámide de la distribución. Pero como el predominio es siempre incompleto y el monopolio imperfecto, la dominación siempre tiene cierto grado de inestabilidad, cosa que puede conducir a desafíos. La historia no revela ningún bien dominante único[14].

La intención de monopolizar un bien dominante y desarrollarlo con fines públicos constituye una ideología. Las ideologías, mediante un principio filosófico, vinculan la legitimidad de la posesión con algún conjunto de cualidades personales. La aristocracia, el gobierno de los mejores, es el principio que preconiza la supremacía de la crianza y la inteligencia. Es sostenida, por regla general, por los monopolios de la riqueza heredada y la reputación familiar. La supremacía divina es el principio de aquellos que pretenden conocer la palabra de Dios. Monopolizan la gracia y las investiduras. La meritocracia es el principio de aquellos que dicen tener talento. Tienden a monopolizar la educación. El librecambismo es el principio que aboga por aquellos que están dispuestos a arriesgar el dinero. Monopolizan la riqueza móvil. Estos grupos y muchos otros luchan por la supremacía, pero no hay victoria final, ni debe haber ninguna. Explicar esto no implica que las expectativas de estos grupos sean ilegítimas, ni que los principios que representen no gocen de ningún valor como criterio de distribución, ya que lo que defienden puede ser muy justo dentro de los límites de su esfera particular, y es en el estudio de estas luchas el lugar donde tenemos que encontrar la historia de la investigación de las esferas de la justicia [15].

El bien dominante puede convertirse en todo tipo de cosas: oportunidades, poderes o reputación. De esta manera, la riqueza está controlada por los más fuertes; el honor, por los mejor nacidos; los cargos, por los mejor educados. La ideología que justifica un sistema de control específico probablemente se reconoce como válida para todos, pero el resentimiento y la resistencia son casi tan expansivos como las creencias. Siempre hay quienes, después de un tiempo, pueden pensar que el sistema de control establecido no es justo y que se trata de una usurpación, pasado el tiempo puede tratarse de una multitud. De hecho, el grupo dominante nunca posee las cualidades que dicen poseer exclusivamente. El conflicto social es intermitente o endémico; después de un tiempo aparecen contraexigencias. Aunque son de diferentes clases, tres pretensiones son de especial relevancia [16]:

  • Que el bien dominante se redistribuya y se comparta ampliamente, cosa que equivale a considerar que el monopolio es injusto.
  • Que se abran rutas para la distribución autónoma de todos los bienes sociales, cosa que equivale a creer que el predominio es injusto.
  • Que un nuevo bien, monopolizado por un nuevo grupo, sustituya al bien dominante antiguo, cosa que equivale a pensar que el esquema existente de dominación y monopolio es injusto [17]

La tercera pretensión es, a partir de criterios marxistas, el modelo de toda ideología revolucionaria. Este sería el caso de la Revolución Francesa, que luchó contra el predominio de la cuna, la sangre noble y el control feudal de la tierra para reemplazarlos por la riqueza de la burguesía. La situación de origen se reproduce con diferentes sujetos y objetos, y la lucha de clases se reedita constantemente. Cualquiera que sea su significado, la tercera pretensión no es interesante desde un punto de vista filosófico si no se piensa que hay un bien dominante natural, de forma que sus poseedores puedan legítimamente reclamar el poder. En cierta manera, esto es lo que Marx creía cuando sentía que la producción era el bien dominante en la historia. Después de la revolución comunista todos deberíamos controlar los factores de producción, y en este punto la tercera afirmación volvería a la primera. Mientras tanto, el modelo de Marx es un programa para la pugna distributiva continua. Será importante saber quién gana en cualquier momento, pero no sabremos la razón de esta importancia si sólo prestamos atención a las sucesivas reivindicaciones de dominio y monopolio [18].

La igualdad simple

Nos encargaremos de las dos primeras pretensiones. Aunque la primera ha sido más estudiada por los filósofos, porque corresponde a la búsqueda de la unidad y la singularidad, parece que la segunda define mejor la pluralidad de los significados sociales y la complejidad real de los sistemas distributivos.

Los hombres y mujeres que apoyan la primera reivindicación desafían el monopolio, no el predominio de un bien social en particular. Esto también puede considerarse un desafío del monopolio en general, porque si la riqueza es dominante y ampliamente compartida, ningún otro bien puede ser monopolizado. Imagínese una sociedad en la que todo esté a la venta y todos los ciudadanos tengan la misma cantidad de dinero.  Estaremos frente a lo que podemos llamar el régimen de «igualdad simple». Aquí la igualdad se multiplicaría en un proceso de conversión hasta llegar a toda la serie de bienes disponibles.  El régimen de igualdad simple no puede prevalecer mucho tiempo, ya que el libre cambio, en el mercado y en última instancia, impondrá desigualdades. Si se quisiera mantener la igualdad simple a lo largo de un período, se necesitaría una ley monetaria, similar a las leyes agrícolas, para mantener la condición original. Sólo un estado centralizado y proactivo será lo suficientemente fuerte como para volver a la condición de igualdad simple inicial si la moneda es el bien dominante. La situación inicial es inestable si no se mantiene artificialmente[19].

En la práctica, la destrucción del monopolio del dinero neutraliza su predominio, pero luego otros bienes entraran en juego y la desigualdad tomará nuevas formas. En el régimen de igualdad simple todo está a la venta y todos tienen la misma cantidad de dinero. Todos ellos disfrutan de la misma capacidad para educar a sus hijos. La educación tiende a ser una excelente inversión, ya que muchos bienes sólo se pueden poner a la venta por personas con un certificado educativo. Todo el mundo invierte en educación o, mucho más probable, la educación se universaliza a través de un sistema tributario que la financia. Pero la escuela pronto se convierte en un mundo competitivo, donde el dinero ya no es predominante. Éste es el momento adecuado para el talento natural, la educación familiar o la capacidad de resolver exámenes, por lo que el éxito educativo y los certificados son monopolizados por un nuevo grupo. Al final, los miembros de este grupo exigirán que el bien que controlan sea el dominante fuera de la escuela en forma de posiciones, prerrogativas o riquezas, de manera que terminarán por controlarlo todo. Por lo tanto, aquí aparece la meritocracia con su sistema de desigualdades inherentes [20].

¿Qué debemos hacer a partir de este punto? Se pueden fijar límites a los nuevos patrones de conversión y reconocer, a pesar de limitarlo, el poder monopolizador del talento. Este puede ser el propósito del principio de diferencia de Rawls. Este control debe imponerse desde el estado. La igualdad simple requiere una intervención estatal continua para destruir o restringir cualquier forma de monopolio. Pero entonces el poder del estado es el bien que se convertirá en objeto de pugna y el medio para consolidar el control de otros bienes. La política es siempre el camino más directo hacia el predominio, y el poder político ha demostrado ser más influyente y también más peligroso en la historia que cualquier otro sistema de dominio, y más aún si la fuerza del poder asociada a otros bienes ha sido destruida. Una forma de limitarlo es distribuirlo de manera generalizada, pero el gobierno democrático es demasiado débil para enfrentarse a los nuevos monopolios que intentan prevalecer, ya sea a través de plutócratas, tecnócratas, meritócratas, etc. Teóricamente, el poder político es el bien dominante en una democracia, y puede convertir cualquier otra cosa que los ciudadanos elijan. Sin embargo, en la práctica, destruir el monopolio de la política neutraliza su predominio, ya que no puede ser compartido sin el empuje de otros bienes. Las decisiones democráticas dependerán de las concepciones culturales que determinan los nuevos monopolios. Para prevalecer, el poder debe ser centralizado y tendrá que ser muy poderoso para defender el principio de diferencia o cualquier otro propósito que se haya fijado. Sin embargo, el régimen de igualdad simple podría funcionar[21].

Podemos imaginar una tensión más o menos estable entre los monopolios y las restricciones políticas, pero las dificultades pueden reaparecer en cualquier momento y, en muchos casos, la única solución es el estatismo. No es difícil entender por qué filósofos y activistas políticos se han centrado en el monopolio. Las luchas por la distribución en la era moderna comenzaron con una guerra contra el control exclusivo de la tierra, los cargos y la aristocracia. Este monopolio se muestra muy pernicioso, pero cuando cualquier hombre se convierte en un pequeño dueño en la esfera del nacimiento y la sangre, el derecho de nacimiento deja de ser el predominante y disminuye su poder de adquisición. Entonces la riqueza y la educación pasan a un primer término. Teniendo en cuenta estos últimos bienes, la igualdad simple no puede sostenerse en absoluto, o sólo puede mantener afectada por las dificultades descritas. Dentro de sus esferas, como se entiende generalmente, estos bienes generan de forma natural monopolios que sólo pueden ser controlados si el estado se vuelve dominante y monopolizado por funcionarios responsables de la represión. Pero esta es otro camino hacia otro tipo de igualdad otro tipo de igualdad[22].

Tiranía e igualdad compleja

Ahora debemos concentrarnos en la reducción del dominio y no en la ruptura o restricción del monopolio. Debemos reflexionar sobre lo que podría significar hacer que la gamma dentro de la cual los bienes privados sean convertibles y reivindicar la autoridad de las esferas distributivas. Pero este tipo de argumentación nunca se ha trabajado en la literatura filosófica. Los filósofos tienden a criticar o justificar los monopolios existentes o que aparecen de la riqueza, el poder y la educación; o han criticado las conversiones privadas, como la riqueza en la educación o la de los puestos en la riqueza, defendiendo algún sistema distributivo simplificado. La crítica al predominio sugerirá una forma de reorganizarse y vivir con la complejidad real de los sistemas distributivos [23]

Imaginemos ahora una sociedad en la que varios bienes están poseídos en forma de monopolio, como en realidad lo están (y siempre lo estarán), que evite la continua intervención del estado y donde ningún bien en particular sea convertible de forma general. Cuando se avance en la exposición, definiremos los límites precisos de la convertibilidad, pero por el momento una descripción genérica será suficiente. Se trata de una sociedad igualitaria compleja. Aunque haya infinidad de pequeñas desigualdades, la desigualdad no se multiplicará a causa de los procesos de conversión ni se le añadirán otros bienes, ya que la autonomía de la distribución producirá una variedad de monopolios locales apoyados por diferentes grupos de personas. No podemos afirmar que la igualdad compleja deba ser más estable que la igualdad simple, pero probablemente abrirá un paso hacia formas más amplias y particulares de conflictos sociales. Puede ser un modelo atractivo, pero aún no se ha explicado por qué. La idea de «igualdad compleja» deriva de nuestra compresión de diversos bienes sociales, y nuestra forma de relacionarnos con ellos. La igualdad es una relación compleja de personas regulada por los bienes que hacemos, compartimos e intercambiamos entre nosotros, no es una identidad de posesiones. En consecuencia, requiere una diversidad de criterios distributivos que emulen la diversidad de los bienes sociales [24].

Las cualidades personales y los bienes sociales se caracterizan por sus particulares esferas de desarrollo, dentro de las cuales interactúan legítimamente libre y espontáneamente, y son intuitivamente plausibles debido a su significado social. Los bienes tienen significados sociales, accedemos a la justicia distributiva a través de la interpretación de estos significados y buscamos principios internos para cada esfera distributiva. La inobservancia de estos principios es la tiranía. Convertir un bien en otro cuando no hay conexión entre ellos es invadir la esfera en la que otro grupo gobierna legítimamente. El monopolio no es inapropiado dentro de las esferas y el control ejercido por los políticos sobre el poder político no es reprobable. Pero el uso del poder político para garantizar el acceso a otros bienes es un uso tiránico. De esta manera, se generaliza una definición generalizada de la tiranía según la cual el Príncipe se convierte en tirano cuando se apodera de la propiedad o invade la familia de sus a sus súbditos. El predominio político sobre los bienes conduce a la dominación del pueblo [25].

El régimen de igualdad compleja se opone a la tiranía, ya que el conjunto de relaciones que establece hace imposible la dominación. La igualdad compleja debe impedir que ningún ciudadano situado en una esfera o en relación con un bien determinado pueda ser coartada para situarse en otro ámbito. De esta manera, cualquier ciudadano puede ser elegido para un cargo político por encima de otro ciudadano, y ambos establecen una relación de desigualdad en términos de relación política. Pero no lo serán en general siempre que la responsabilidad del primer ciudadano no confiera ventaja alguna sobre el segundo en cualquier otro ámbito, como el de la atención sanitaria o las oportunidades de negocio. Mientras que el cargo no sea un bien dominante, los titulares del mismo pueden estar en una situación de igualdad con los gobernados [26].

Pero, ¿qué pasaría si se eliminara el predominio, la autonomía de las esferas y el mismo pueblo tuviera éxito en diversas esferas acumulando bienes sin la necesidad de conversiones ilegítimas? Nos enfrentaríamos de nuevo a una sociedad desigual, pero también se demostraría que una sociedad entre iguales no es factible. Pero, ¿hay personas que puedan tener éxito en tantas esferas como para establecer una preponderancia decisiva? Incluso si esto fuera posible, no controlará tantas como para crear una clase dominante que nos domine todos. Tampoco es posible tener éxito en todas las esferas, porque tampoco hay muchos en los que la idea de «éxito» en sí misma no tiene cabida. Ni los hijos, en condiciones de igualdad compleja, tienen posibilidades de heredar el éxito. En general, los políticos, los empresarios, los científicos, los soldados y los amantes más notables serán personas diferentes, y siempre que los bienes que controlen no impliquen igualmente el control de otros bienes, no habrá razón para temerlos [27].

La crítica del dominio y la dominación apuntan hacia un principio distributivo indefinido: ningún bien social x debería distribuirse a ningún hombre y mujer que posea un bien social z únicamente por el hecho de poseer z sin considerar el significado de x. Este principio nos obliga a estudiar el significado de los bienes sociales y a examinar las diferentes esferas distributivas desde dentro[28].

Tres principios distributivos

¿Un criterio distributivo único?

No se puede esperar que la teoría que se desarrolle aquí sea elegante. Ningún tratamiento del significado de la propiedad social o de los límites de la esfera en la que operan legítimamente estará exento de crítica. Tampoco existe ningún procedimiento para articular y verificar las diversas hipótesis. Como mucho, trabajaremos con argumentos generalistas y reflejaremos la naturaleza diversa y conflictiva de la vida social que pretendemos entender y, más tarde o simultáneamente, regular (pero nunca debemos regular antes de entenderla). En consecuencia, evitaremos cualquier intento de articular una comprensión de las sociedades a partir de un criterio distributivo único, porque no hay criterios simples que puedan explicar la diversidad de los bienes sociales. Tres criterios, de lo contrario, pueden satisfacer las exigencias del principio esquematizado, y a menudo han sido considerados como los principios y propósitos de la justicia distributiva, por lo que estamos obligados a decir algo sobre ellos: el libre intercambio, el mérito y la necesidad, y se debe decir algo sobre cada uno de ellos. Los tres están dotados de una fuerza real, pero ninguno completa toda la serie de posibles tipos de sistemas de distribución. Son parte de la historia, pero sólo una parte[29].

El intercambio libre

El intercambio libre es abierto. Esto significa que no garantiza ningún resultado distributivo en particular. En ningún momento se puede predecir la división particular de bienes que se dará tras el proceso de libre intercambio (aunque sea posible predecir la estructura general de la división). En teoría, el libre intercambio crea un mercado en el que todos los bienes son convertibles a través del valor neutro del dinero. No hay productos o monopolios predominantes. Por esta razón, las divisiones subsiguientes que se establecen deben reflejar los significados sociales de los bienes a distribuir, ya que cada transacción ha sido libremente acordada por agentes que conocen sus significados. Por lo tanto, cada operación revela el significado de las mercancías. Por cada ganga, por cada transacción, compra y venta ha habido un acuerdo voluntario de personas que conocen el significado de los bienes, ya que en realidad son sus mercados. Cada transacción revela significado social. Por definición, ninguna x caerá en manos de aquellos que poseen x por el hecho de ser el propietario z y sin considerar qué significado posee x para los demás miembros de la sociedad. El mercado es radicalmente pluralista en sus operaciones y resultados, infinitamente sensible a los significados que los individuos dan a los bienes. Entonces, ¿qué restricciones se pueden poner al libre mercado en nombre del pluralismo?[30]

La vida cotidiana del mercado, de lo contrario, es muy diferente de todo lo que hipotéticamente defiende la teoría del libre intercambio. El dinero es, en realidad, el bien dominante, está monopolizado por personas con talento especial para el comercio. Otros individuos, en consecuencia, exigen la redistribución del dinero y el establecimiento de un sistema de igualdad simple basado en el dinero y la creación de un régimen para sostener y mantener este sistema de igualdad. Aunque partamos desde un momento ideal de igualdad simple, deberemos determinar qué se puede intercambiar y con qué, ya que el libre intercambio pone en manos de la voluntad de las personas la distribución de los bienes, y los significados sociales de los bienes no siempre están sujetos a las interpretaciones de los individuos. Podemos fijarnos, para entender esto, en el caso de la política y entender el poder político como un conjunto de bienes (votos, influencia, cargos, etc.) que pueden ser manipulados en el mercado y acumulados por individuos dispuestos a sacrificar otros bienes. Aunque este sacrificio pueda ser real, el resultado es siempre una forma, más o menos suave, de tiranía, dadas las condiciones que impone la igualdad simple. Si usted está dispuesto a venderme su voto, votaré dos veces mientras que usted sólo votará una vez. El resultado puede ser tiránico entre nosotros dos, aunque hayamos aceptado vender y comprar el voto voluntariamente, se trata de una tiranía en relación con otros ciudadanos que ahora tienen que someterse a mí voluntad. Es bien sabido que políticos demócratas han comprado votos, o que han intentado comprarlos prometiendo inversiones públicas que beneficiarían a grupos de votantes particulares, pero esto se hace públicamente, con dinero público y con el apoyo público. El libre intercambio no es un criterio general. Podemos delinear los límites dentro de los cuales se desarrolla haciendo un estudio cuidadoso de los bienes sociales de particulares. Después de este análisis, podemos llegar, en el caso más idóneo, a todo un conjunto de fronteras con autoridad filosófica, y no necesariamente al conjunto que debe gozar de autoridad política. El dinero se filtra a través de todas las fronteras, y esta es la naturaleza de la migración ilegítima. Fallar a la hora de detener esta migración para delimitarla hasta un punto razonable tiene consecuencias en toda la gama de distribuciones, pero la consideración de estos efectos pertenece a otro capítulo [31].

El merecimiento

Como libre intercambio, el mérito puede ser abierto y plural. Podemos imaginar una agencia neutral única que otorga recompensas y castigos, infinitamente sensible a todas las formas de mérito individual. En este caso el proceso distributivo se centralizará, pero los resultados serán inesperados y diversos. No habría un bien dominante. Nada se distribuiría sin apelar a su sentido social, ya que conceptualmente es imposible afirmar que merecemos un bien social sin considerarlo qué significa este bien. Todos recibirían una recompensa apropiada. Sin embargo, no es fácil determinar cómo debería funcionar esto en la práctica. Se podría decir que un hombre encantador merece ser amado. No tiene sentido, sin embargo, que se determine oficialmente qué mujer debe amarlo. Si nadie cae bajo sus encantos, ¿realmente querríamos que esta situación fuera corregida por una agencia neutral que obligue a una mujer a amarlo? El amor por los hombres y las mujeres sólo puede ser distribuido por hombres y mujeres individuales, de acuerdo con nuestra manera de entender las cosas, y las veces en que el amor se guía por el mérito  pueden ser contadas con los dedos de la mano[32].

Sucede exactamente lo mismo en el caso de la influencia. Supongamos que hay una persona carismática, con una personalidad estimulante y con la capacidad de conducir positivamente a varias personas. Probablemente merezca ser un miembro influyente de la comunidad. Pero yo no quiero ser su seguidor. Nadie querría que ninguna agencia pública o privada nos obligara a ser su seguidor, y negándonos no le negaríamos nada que esta persona carismática realmente mereciera[33].

Aunque estipulemos los límites de la esfera en la que operará el libre intercambio, el mérito no desarrollará ningún papel dentro de estos límites. Imaginemos que soy hábil para la transacción y el comercio, así que acumulo numerosos y hermosos cuadros. Si asumimos, como hacen los pintores, que los introducimos en el mercado adecuadamente, entonces nadie será capaz de deslegitimar la esta acumulación de obras de arte. Pero sería completamente extraño decir que los merezco simplemente por mi habilidad de negociación. El mérito requiere un vínculo especial entre bienes y las personas, mientras que la justicia no lo requiere. Aun así, podríamos decir que sólo las personas con una formación artística lo suficientemente seria y con la capacidad de evaluarlas serían dignas de poseer obras de arte. El estado podía comprar todas aquellas pinturas que estuvieran a la venta, evaluarlas y luego distribuirlas entre las personas entrenadas en materia artística, adjudicando lo mejor a los más capacitados. De hecho, el estado actúa de esta manera en ciertas ocasiones con cosas que la gente necesita, como en el caso de la atención médica, aunque normalmente no se haga en las cosas que se merecen. Aquí hay problemas prácticos, pero hay razones de peso para hacer esta distinción. El mérito no suele tener el mismo carácter urgente que la necesidad, y no es propiedad ni se consume de la misma manera que los bienes necesarios. En consecuencia, o bien estamos dispuestos a admitir la separación entre los propietarios de cuadros y las personas con formación artística, o bien no estamos dispuestos a admitir ninguna injerencia que, en el mercado, sea necesaria para poner fin la distinción entre merecimiento y necesidad. El suministro público puede funcionar en paralelo con el mercado, por lo que se puede considerar que las personas que están artísticamente entrenadas no merecen realmente pinturas, sino museos. Probablemente, pero esto no justifica la necesidad de que otras personas contribuyan a la financiación de los museos. De alguna manera, debemos convencer a los beneficios sociales de este gasto[34].

Pero, aunque tuviéramos la posibilidad de ordenar la distribución del amor, los cargos, la influencia o las obras de arte, ¿cómo podríamos seleccionar los beneficiarios? ¿Cómo es posible que alguna persona merezca cosas como esta? Si los seres humanos manejaran este tipo de distribución, la maquinaria distributiva estaría controlada en poco tiempo por un grupo supuestamente aristocrático con ideas fijas sobre quién es el mejor y más digno, e insensible a las diversas excelencias de sus conciudadanos. Entonces el mérito dejaría de ser un criterio pluralista y nos encontraríamos frente a un nuevo grupo de tiranos. El mérito es una exigencia seria, aunque necesite juicios difíciles y sólo en condiciones muy específicas produce distribuciones específicas [35].

La necesidad

La segunda parte de la frase de Marx, «a cada uno según sus capacidades, a cada uno de acuerdo a sus necesidades» puede considerarse una propuesta viable pero incompleta. De hecho, la primera mitad de la frase («a cada uno según sus capacidades») no se corresponde con la segunda, porque sugiere que los trabajos deberían distribuirse de acuerdo con las cualidades individuales de cada persona, pero los individuos no necesitan de forma obvia los trabajos para los que se supone que están calificados. Pudiera ser que fueran escasos y que hubiera muchas personas calificadas para cubrirlos. Deberíamos preguntarnos quien los necesitaría de forma más urgente. Además, si sus necesidades materiales ya hubieran estado cubiertas, no se justificaría ningún tipo de necesidad o, si en algún sentido no material los necesitaran, estas necesidades no establecerán ninguna forma de distinción entre ellas. Definitivamente sería extraño pedir a un comité de selección que busque al director de un hospital priorizando las necesidades de los solicitantes a las plazas de los médicos por encima de las de los pacientes [36].

La necesidad no explica muchos bienes. La máxima de Marx no se puede aplicar a la distribución del poder político, el honor, la fama, los barcos, los libros extraños y las obras de arte. Esto no es nada que ninguna persona necesite estrictamente. Incluso si adoptamos una posición más amplia y definimos el verbo necesitar como lo hacen los niños, como una forma fuerte del verbo querer, no obtendremos un criterio distributivo adecuado. Objetos como los enumerados no se pueden distribuir equitativamente entre individuos con necesidades similares. La necesidad genera una esfera distributiva dentro de la cual ella misma se convierte en el principio distributivo ideal. En una sociedad pobre una gran proporción de la riqueza social vendrá a esta esfera, pero si tenemos la variedad de bienes que se producen en cualquier vida, incluso cuando se trata de una vida muy pobre materialmente hablando, otros criterios distributivos siempre funcionarán de forma paralela a la necesidad, y siempre deberemos preocuparnos por los límites que separan los diferentes criterios. Dentro de su esfera, la necesidad satisface los requisitos de la regla general distributiva de x, z. Los bienes necesarios que se distribuyen a las personas necesitadas proporcionalmente a su necesidad no están dominados por ningún otro bien. Lo que es realmente importante no es poseer y, sino que no falte x. Sin embargo, ahora se puede considerar que cualquier criterio está de acuerdo con la regla general dentro de su esfera, y en ningún otro caso más. Este es el efecto de la norma: diferentes bienes a varios grupos de hombres y mujeres, según diversas razones. Para ello, serían equivalentes a rastrear el mundo social integralmente[37].

Jerarquías y sociedades de castas

En otras palabras, esto consiste en trazar un mundo social particular, entendiendo que el análisis propuesto aquí es inminente y fenomenológico. No producirá un mapa o plan maestro ideal, sino un esquema y un plan adecuado para las personas para las que está definido y la vida común de los cuales refleja. El objetivo es reflexionar sobre las interpretaciones más profundas de los bienes sociales que no se reflejan necesariamente en la práctica diaria de predominio y monopolio. Pero, ¿qué sucede si estas interpretaciones no existen? Mientras tanto, hemos asumido que los significados sociales requieren autonomía, o autonomía relativa, de las esferas de distribución, como suele suceder. En otro sentido, no es imposible imaginar una sociedad en la que el predominio y el monopolio no sean violaciones, sino la promulgación de significados de los que se pueda considerar que los bienes sociales se entiendan en términos de jerarquía. En la Europa feudal, por ejemplo, la ropa no era una mercancía, sino más bien un emblema de rango. El significado de la ropa se configuró a imagen del orden feudal. Vestirse con un refinamiento que no coincide con la posición social era una especie de mentira, ya que daba una visión falsa de la identidad personal. Cuando un rey o primer ministro se vestía de persona común para aprender sobre las opiniones de sus súbditos, practicaban una especie de engaño político. Por otro lado, las dificultades de hacer valer el código suntuario (leyes suntuarias) nos sugiere que siempre hubo un sentido alternativo a su significado. Uno puede comenzar a reconocer los límites de una esfera particular dentro de la cual las personas están vestidas de acuerdo con lo que quieren manifestar con lo que lucen. Las leyes suntuarias todavía se pueden observar, pero hoy en día pueden ser criticadas en nombre de la igualdad[38].

¿Es posible imaginar una sociedad en la que todos los bienes estén concebidos jerárquicamente? Probablemente el sistema de castas de la antigua India ha adoptado esta forma (aunque se puede dudar de esta afirmación porque el poder político parece haber escapado a las leyes de las castas). Creemos que las castas son grupos estrictamente separados y la sociedad de castas como un «sistema plural», como un mundo de fronteras. Pero el sistema de castas está constituido por un extraordinario conjunto de significados integrados. Prestigio, riqueza, conocimiento de posiciones, ocupaciones, comida, ropa. Todos son objetos tanto del mundo intelectual como físico de la disciplina de la jerarquía. Y la jerarquía está determinada por el valor de la pureza ritual. Sin embargo, es posible una cierta movilidad, ya que las castas o subcastas pueden cultivar marcas externas de pureza y (dentro de límites severos) ascender a la escala social. Y hay que recordar que, el sistema en su totalidad, se define por una doctrina religiosa que promete igualdad no en esta vida, sino a través de las diversas vidas de las almas. El estado individual real es el resultado derivado del comportamiento de la vida anterior, y si la vida actual es insatisfactoria, puede compensar la adquisición de méritos para disfrutar de un rango más alto en la siguiente. Podemos suponer que todo el mundo estará totalmente satisfecho, pero las distribuciones reales son parte de un sistema en el que la pureza domina sobre otros bienes, y el nacimiento y la sangre en la pureza[39].

La tiranía siempre se especifica en carácter: un cruce particular de la frontera, una violación particular del significado social. La igualdad compleja requiere la defensa de las fronteras, pero sólo podemos hablar de un régimen de igualdad complejo cuando hay muchas fronteras que defender. El problema es que no se puede especificar cuál es el número de fronteras. Realmente no hay un número concreto. La igualdad simple es mucho más que simple. Un bien dominante ampliamente distribuido configura una sociedad igualitaria. La igualdad compleja es ardua. Es extremadamente difícil imaginar todas las esferas autónomas en las que los bienes pueden determinar y pueden intervenir en las relaciones de igualdad entre hombres y mujeres. No existe una respuesta específica o, en consecuencia, un régimen ideal. Pero tan pronto como comencemos a distinguir significados y dibujar esferas distributivas, nos lanzaremos a un proyecto social igualitario [40].

La comunidad política

La comunidad política es el entorno adecuado para este proyecto. No es un mundo distributivo que se contiene a sí mismo: sólo el mundo es un mundo distributivo autónomo. Los bienes sociales se comparten, dividen e intercambian a través de las fronteras políticas. El monopolio y el predominio operan casi tan fácilmente más allá de las fronteras como dentro de ellas. Las cosas y la gente se mueven de ahí, cruzando demarcaciones. Sin embargo, la comunidad política es el área que más se acerca a un mundo de significados comunes. El lenguaje, la historia y la cultura se unen (más que en cualquier otro lugar) para producir una conciencia colectiva. Concebido como un conjunto mental fijo y permanente, el carácter nacional es obviamente un mito, pero compartir la sensibilidad y las intuiciones es un hecho de la vida. Las comunidades políticas e históricas a veces no coinciden, y hoy en día puede haber un número cada vez mayor de estados en el mundo en los que las sensibilidades y las intuiciones no se compartan automáticamente. Entonces, tal vez debamos buscar alguna manera de ajustar las decisiones distributivas a los requisitos de estas unidades. Sin embargo, este proceso debe articularse políticamente, y su carácter dependerá de las interpretaciones compartidas entre los ciudadanos sobre la diversidad cultural, la autonomía local y otras cosas. Tenemos que partir de estas interpretaciones si queremos plantear nuestros argumentos (todos nosotros, no sólo los filósofos). De hecho, en la cuestión de la moralidad, el debate gira en torno a significados comunes [41]

En un mundo de estados independientes el poder político es un monopolio local. Los políticos conforman su destino, o tratan de hacerlo tan bien como pueden, deciden fortalecer o racionalizar los criterios distributivos, centralizar o descentralizar los procedimientos, intervenir o no en los diferentes ámbitos distributivos. Probablemente ciertos líderes toman decisiones reales, pero los ciudadanos deben ser capaces de reconocerlos como tales líderes. Si los líderes son crueles o tontos como sucede muchas veces, los ciudadanos o algunos de ellos tratarán de reemplazarlos luchando con la redistribución del poder político. La lucha será determinada por las esferas institucionales de la comunidad. La política de esto es el producto de la política pre-épica. Establece un marco ineludible para la consideración de la justicia[42].

Esta es una última razón para adoptar una concepción de la comunidad política como entorno. La pertenecía a la comunidad política es un bien, el más importante que se puede distribuir. Pero sólo puede ser distribuido acogiendo individuos, y todos los sentidos de esta expresión son relevantes: los individuos deben ser aceptados físicamente y políticamente acogidos. Por lo tanto, la membresía no puede ser entregada por una agencia externa. Su valor dependerá de una decisión interna. Si no hubiera comunidades con la capacidad de tomar este tipo de decisiones, no habría ningún bien digno de ser distribuido[43].

La única opción viable para la comunidad política es la humanidad misma, la Sociedad de Naciones. Pero si tomamos al mundo entero como nuestro entorno, deberíamos imaginar algo que aún no existe: una comunidad que incluya a todos los hombres y mujeres en todas partes. Debemos inventar un conjunto de significados comunes para estos individuos. El contractualismo ideal o la comunicación no distorsionada, que representa una aproximación a la justicia en determinadas comunidades (pero no en la mía) podría ser el único enfoque para el mundo en su conjunto. Pero independientemente del acuerdo hipotético, no podría satisfacerse sin destruir los monopolios políticos de los estados existentes sin centralizar el poder en una arena global. Por esta razón, el acuerdo no tendría una igualdad compleja, sino una igualdad simple, en el caso de que el poder fuera predominante y ampliamente compartido; o sólo una tiranía si el poder fuera ejercido, como probablemente lo sería, por un conjunto de burócratas internacionales. En el primer caso, los pueblos del mundo tendrían que vivir con las dificultades que se han descrito: la continua reaparición de los privilegios locales, la reafirmación continua del estatismo planetario. En el segundo caso debemos vivir con dificultades aún mayores [44].

Teniendo en cuenta la pertenencia a las comunidades, hay preguntas importantes entre y en medio de estas comunidades. Tendremos que centrarnos en ellas y sacar a la luz todas las ocasiones en las que los ciudadanos de a pie están preocupados por todas estas cuestiones. De una forma limitada, la teoría de la igualdad compleja puede extenderse de las comunidades privadas a la Sociedad de Naciones, y esta extensión no obstaculizará las interpretaciones y decisiones locales. No parece que este comienzo sea insignificante. De todos modos, no pueden ir más lejos desde este comienzo. Para ello se necesitaría una teoría diferente, que no tuviera como objeto las relaciones entre los ciudadanos, sino las relaciones más remotas de los estados [45].

[1]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 3

[2]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 3

[3]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 4-5

[4]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp. 5-6

[5]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 6

[6]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 7

[7]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp. 7-8

[8]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 8

[9]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 8

[10]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 9

[11]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 9-0

[12]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.10

[13]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.11

[14]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp.10-11

[15]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.12

[16]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.12

[17]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.13

[18]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.13

[19]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.14

[20]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.14

[21]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp.14-16

[22]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp.16-17

[23]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.17

[24]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp.17-18

[25]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.19

[26]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pp.19-20

[27]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.20

[28]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.20

[29]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.21

[30]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p.21

[31]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 21-22

[32]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 23

[33]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 23

[34]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 24

[35]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 24-25

[36]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 25

[37]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 26

[38]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 26-27

[39]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. págs. 26-27

[40]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 28

[41]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 29

[42]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 29

[43]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. p. 29

[44]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 30

[45]Walzer, Michael. Esferas de justicia. Una defensa del pluralismo y laigualdad. Estados Unidos. Libros Básicos. 1983. ISBN: 0-465-08189-4. pág. 30

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