El liberalismo 9: moral y justicia

El debate moral y la justicia

El liberalismo determina que la justicia, en cuanto a lo que se refiere a la convivencia social entre ciudadanos, es anterior a cualquier concepción de bien o a cualquier criterio moral, y sostiene que, en un plan de vida social, una cosa sería la justicia y otra muy diferente la moralidad. ¿Por qué? En los capítulos anteriores ya he explicado que, para fundamentar la neutralidad del estado y de la justicia, el liberalismo parte del escepticismo moral, y cree que, aunque pasemos mil o diez mil años discutiendo sobre cuál podría ser la concepción de bien más acertada, nunca alcanzaríamos un acuerdo. En consecuencia, se considera que nunca podremos justificar ningún criterio seguro de moralidad pública sobre el cual sea posible alzar un sistema legal estatal. Pero si la justicia no puede basarse sobre ninguna concepción de «bien» o sobre ningún principio moral, ¿qué criterio se puede implementar para sustentar una idea de justicia?

El egoísmo metodológico

El liberalismo, fiel a la metodología del egoísmo metodológico, considera que el hombre vela principalmente por sus intereses (cualesquiera que sean estos), y es a partir de esta consideración que estima que se puede planificar un sistema de justicia. Postula, en general, que el contrato es el único sistema que puede poner en juego los diversos intereses y relacionarlos para obtener algo positivo de ellos. Por ello, no sólo será capaz de sustituir a toda idea de bien para fundamentar la justicia, sino que, además, lo hará de una forma mucho más eficiente y realista. Eso ya lo sabemos, pero según Rawls, para que del contrato aparezca un criterio de justicia social realmente justo, se deben añadir dos ingredientes nuevos a la fórmula magistral. Uno es el de la “posición original”, el otro el del “velo de la ignorancia”, de manera que la combinación de desinterés mutuo entre partes y el velo de la ignorancia obligaría a cada persona, en la posición original, a considerar el bien ajeno. De esta forma, y a través de una justicia imparcial, se obtendrán los mismos efectos que se podrían obtener mediante prácticas asociadas a la buena voluntad[1].

El velo de la ignorancia

Rawls, asume que el hombre rico puede considerar injustos determinados impuestos, aunque se destinen a la sociedad del bienestar, pero también cree que si fuera pobre quizá pensaría lo contrario. A partir de esta conjetura, juzga que se puede constituir una concepción de justicia aceptada por todos, independientemente de los valores, creencias y posición social que cada uno tenga. Para ello, sin embargo, quien quiera alcanzar algún acuerdo sobre algún tipo justicia, deberá actuar como si lo hubiera olvidado todo sobre sus necesidades, posición social o sus ideas morales y de bien. Habrá olvidado, incluso, su edad. Caería, entonces, bajo la influencia del velo de la ignorancia y se ubicaría en la situación original. Rawls postula que en esta situación los hombres podrían ponerse de acuerdo sobre un principio de justicia que evitara que los desfavoreciera, fuera cual fuera la posición social en la que estuvieran y fueran cuales fueran sus ideas.

El conocimiento de la realidad

Pero, como no es posible debatir sobre ningún principio de justica desde la ignorancia absoluta, piensa que en la posición original disfrutaríamos de un amplio conocimiento de los fundamentos de la justicia, las sociedades, la política, los principios de la economía, la organización y la cooperación social y la psicología humana. De alguna manera, lo conoceríamos todo sobre la vida y el mundo, todo, menos quienes somos nosotros mismos, así como donde estamos, tanto culturalmente como socialmente.

Seres morales

Con el fin de llegar a un acuerdo sobre un principio de justicia, debe asumirse, además, que todos los participantes en el debate han de ser seres morales y racionales susceptibles de aceptar los mismos argumentos, o de llegar a un acuerdo entre las diferentes ideas de justicia sobre las que se habrían pensado de forma independiente [2]. La posición original implica, por añadidura, que en el debate sobre la justicia todo el mundo trataría de asegurarse el máximo número de bienes sociales primarios para sí mismo, ya que esto les permitiría promover sus concepciones de «bien» particulares de la manera más eficiente posible. También debe considerarse que ninguna de las partes contractuales otorgaría beneficios a los demás, pero, sin olvidar que tampoco trataría de perjudicarlos[3] (ya que al final uno mismo podría ser el perjudicado). De la misma manera, tampoco trataría ni de maximizar ni de minimizar los logros ajenos. Obviamente, cada parte tendría su sentido de justicia particular, aunque no la aplicaría en sus demandas. Esto permitiría a todos confiar en que el resto de interlocutores respetarían los principios acordados[4].

Una idea regulativa

Evidentemente, Rawls era consciente que la posición original nunca ha existido, como también sabía que nunca sería posible. Tampoco pretendía que fuera la asamblea de todas las personas que vivieran en un momento determinado, porque si fuera así, dejaría de ser una guía natural de la intuición y perdería su todo significado. Creía, más bien, que las personas que participasen deberían seleccionarse al azar. Así, la posición original no pretende presentarse como una realidad histórica, si no, más bien, como un recurso expositivo con el que se intentan recrear las condiciones de igualdad entre personas como seres morales, racional y con cierto sentido de justicia.

La igualdad y la equidad

Rawls asumía que todo el mundo admitiría, en tanto que se considerara como un ser igual al resto de los humanos, unos principios de justicia básica y buscaría, dada la posibilidad de encontrarse en condiciones sociales y económicas desfavorables, una distribución de bienes y oportunidades realmente equitativa, al menos, tan equitativa como fuera posible[5]. Así, según el propio Rawls, la intención de especular sobre una supuesta posición original no es otra que la de establecer un procedimiento equitativo a partir del cual, fueran cuales fueran los principios de justicia que aparecieran, se manifestasen como justos a todos[6], e imaginando lo que la gente podría hacer en esta situación, estima que se podría extrapolar un ideal de justicia que estuviera por encima de las concepciones de «bien» y que, por lo tanto, podría administrarlas y limitarlas. En consecuencia, este sistema de justicia sería anterior a la moralidad, no necesitaría ningún sistema moral para sostenerse y podría manifestarse como neutral frente a las diversas ideas del bien.

[1]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. p. 172-176

[2]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. pp. 36-39, 164, 169

[3]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. p. 171

[4]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. pp. 171, 172

[5]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. pp. 36-38, 165

[6]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. p. 163

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