El Utilitarismo Negativo de Popper

Apuntes sobre el Utilitarismo Negativo de Popper tomados en la Universidad de Barcelona UB el año 1996.

 EL UTILITARISMO NEGATIVO

 La sugerencia de Popper

En La sociedad abierta y sus enemigos Popper ha insinuado, como de pasada, esta matización al utilitarismo. Se trataría de sustituir la maximización de la felicidad por la minimización del sufrimiento. La actitud que sugiere Popper es atractiva: medir menos la producción de riqueza y más la eliminación de miseria y de dolor. Es obvio que esta doctrina ni está exenta de dificultades ni elimina todos los problemas de la versión positiva. Para nosotros el “utilitarismo negativo” popperiano no es una mera sugerencia a pie de página, que pueda ser valorada como un recomendación doctrinal absoluta, sino que, por un lado, se inscribe en una sugerente sección de La sociedad abierta y sus enemigos que merece un detenido análisis; y, en segundo lugar, es una conclusión cuyo fundamento está implícito en toda su filosofía, incluso en textos lógicos y epistemológicos.

El contexto concreto es una reflexión sobre la diferencia entre leyes naturales y leyes normativas. Las primeras deben ser regularidades naturales estrictas, y puede comprobarse su verdad o falsedad; las segundas, en cambio, sean sanciones morales o legales, serán buenas o malas, justas o injustas, aceptables o inaceptables, pero no verdaderas ni falsas. A Popper le parece que ambos tipos de leyes son inconfundibles, que no tienen algo más en común que su nombre.

Popper elude la tentación positivista de menospreciar las normas morales o jurídicas, las instituciones sociales. No duda de la legitimidad y racionalidad de éstas, solo defiende que se trata de una legitimidad diferente, con un fundamento diferente. Las normas no pueden derivarse ni de hechos naturales ni de hechos sociales, pues ante los mismos cabe múltiples decisiones diversas; pero que no son indiferentes a tales hechos. En resumen, las leyes naturales, los hechos, marcan  un campo de posibilidad para la ejecutabilidad de las decisiones posibles, pero ninguna norma particular se deriva  se deriva necesariamente de una situación fáctica.

Popper está asumiendo la tesis de la imposibilidad de deducir los juicios de valor de juicios de hecho. Se sitúa así, de forma inequívoca, enfrente de todo naturalismo. Y, por tanto, confrontado a cualquier teoría que entienda  las normas como generalizaciones de la experiencia, como enunciados inducidos a partir de hechos y en fidelidad con ellos. Toma, pues, posición frente al positivismo; y lo hace críticamente, señalando la distinción entre leyes naturales y leyes normativas, o sea, afirmando la irreductibilidad de las normas a los hechos, sin por ello despreciar  las normas como si fueran proposiciones sin significado. La actitud de Popper es la reivindicar la sustantividad y racionalidad de las normas. Está convencido de que la principal fuente de errores proviene de una confusión: que “convención” significa arbitrariedad, o sea, “que si somos libres de escoger el sistema de normas que nos plazca, será indiferente que adoptemos uno u otro”. La defensa popperiana de las normas es tan clara y vehemente que lleva a una analogía elocuente: “los cálculos matemáticos, por ejemplo, o las sinfonías , las obras de teatro, etc. son altamente artificiales y, sin embargo, no se sigue de allí que todos los cálculos o sinfonías o dramas sean indiferentes unos a otros.

Es aquí, en este momento, donde Popper pone su nota 6, con su propuesta del “utilitarismo negativo”.

La “nota 6”: las tres paradojas

En la afortunada “nota 6” del capítulo V Popper pretende formular brevemente los principios de la ética humanitarista e igualitaria. Trata de concretar ciertas reflexiones al respecto en una propuesta ética general , cosa que lleva a cabo, de forma esquemática, definiendo una posición ética basada en tres principios, que denominamos de tolerancia limitada, que Popper llama de “intolerancia”, de legalidad suficiente y de sufrimiento mínimo. Los dos primeros principios de tolerancia limitada y de legalidad suficiente, no son centrales en nuestra reflexión, pero tampoco del todo marginales, pues ayudan a matizar la propuesta popperiana de utilitarismo negativo, y en la medida que caben en esta propuesta, contribuyen a darle consistencia y eficacia.

El principio o regla de la intolerancia prescribe la tolerancia con todos los que no son intolerantes y que no propician la intolerancia. Corrige, pues, la formulación abstracta de tolerancia como valor en sí, sometiéndolo a unos limites, a unas condiciones. Recomienda tolerar a los intolerantes mientras sean contrarrestados. Defiende la tolerancia como una regla estratégica, y por ello reivindica el derecho a prohibir la intolerancia incluso por la fuerza si fuera necesario. La defensa de la tolerancia limitada como valor moral es perfectamente ajustable al utilitarismo, en la medida que no se defiende como un valor absoluto y en sí, sino como una estrategia adecuada a la racionalidad práctica.

Lo que más nos interesa de esta reflexión, la formulación concreta que hace Popper de la regla de la intolerancia, en cuyo enunciado se incluyen los propios límites, las condiciones de su obligatoriedad, etc., es perfectamente ajustable al utilitarismo negativo. La formulación popperiana de la regla de la intolerancia no exige suprimir al intolerante si con ello se aumenta la felicidad; solo recomienda  su eliminación cuando implique el sufrimiento de toda o parte de la sociedad. No se persigue el mal moral; solo se combaten sus efectos. No es una prescripción inquisitorial, sino un mecanismo de autodefensa.

Por último, se puede destacar que Popper apuesta por la regla de la intolerancia como corrección de los efectos de la maximización del valor de la tolerancia, como forma de obviar la paradoja de ésta.

Por su parte en principio o regla de legalidad suficiente, exige o recomienda confiar la salvaguarda de nuestros principios, valores, intereses, etc., a las instituciones, a las leyes, y no a la benevolencia de las personas que detentan el poder. La defensa de la legalidad como estrategia más favorable para defender los derechos de los hombres tiene dificultades formales para ser asumida desde el utilitarismo positivo, pero es francamente recomendable desde el utilitarismo negativo.

Al igual que sucedía con la tolerancia, el valor legalidad, si se tiende a su maximización, se pervierte, se vuelve contra su propio fin, niega la propia funcionalidad que lo legitima. Además, dada la eficacia de la ley y del Estado para proteger y realizar la moralidad de una época, se comprende que el individuo le confíe más exhaustivamente esa función. En el límite, la moralidad quedaría absolutamente legalizada, sus normas serían leyes, y así al deber moral se añadiría la obligación jurídica. Pero la historia es tozuda y se empeña en mostrar la perversión de todo exceso. Así, mientras el Estado sustituía al individuo como agente de la moral, al delegar éste sus funciones, perdía con éstas sus virtudes, secas ante la carencia de práctica.

En esta perspectiva, que aquí hemos escenografiado exclusivamente a titulo de ilustración, sin pretensiones descriptivas, se entiende la necesidad de corregir la tendencia absolutizadora del valor de la legalidad; se entiende, en fin, el sentido y el contexto del principio de legalidad suficiente, como fórmula para defender los beneficios de la legalidad, su bondad, sin los efectos de su perversión.

Por tanto, ambos principios, el de tolerancia limitada y el de legalidad suficiente se formulan sobre la base de la perversión a que conduce la maximización de dos valores: la tolerancia y la legalidad; como respuestas a dos paradojas.

De todas formas, el principio central y maximamente configurador de su posición es el de sufrimiento mínimo, que vendría a exigir que todas las prescripciones morales y legales se basaran en el cálculo del dolor y el sufrimiento y tendieran a su minimización. Popper ve como mínimo tres tipos de ventajas en esta formulación. En primer lugar considera que elimina el riesgo de dictaduras benevolentes, cosa que no consigue el utilitasrismo positivo con su formula “aumentemos la felicidad”; en segundo lugar , y sobre todo, ve en esta fórmula  un mayor “fundamento natural” , a saber, implica un tratamiento asimétrico del dolor y la felicidad, lo cual parece más concordante con la teoría psicológica contemporánea del placer.

Analizaremos, para cerrar nuestra reflexión sobre “las tres paradojas”, el primer argumento, dejando los dos restantes para el apartado siguiente. Nada puede objetar Popper, ni ningna persona razonable en contra de la máxima “aumentemos el placer”. Las objeciones pueden surgir, en concreto, en contextos específicos, cuando la fidelidad absoluta a dicha máxima oculte, disfrazado en el saldo o en la ilusión de los resultados finales globales, el precio desigual que el bienestar se cobra en miseria, sufrimiento e inhumanidad. Popper, que elocuentemente silencia estos efectos perversos, señala otros que parecen estrechamente ligados a la hegemonía absoluta del principio de maximización de la felicidad, y contra los cuales el utilitarismo negativo es un antídoto eficiente: las tentaciones despóticas de la política. No es extraño que a Popper le irrite un gobierno que aspire a hacernos felices, que es tanto como decir  que nos obligue a ser felices. Hemos de reconocer que también nos repugna la idea de un gobierno que estableciera como su finalidad y asumiera como deber propio el llenar nuestro ocio de felicidad y nuestro tiempo de satisfacción. Las dictaduras benévolas o paternalistas que ve como efecto posible del utilitarismo positivo no son lo otro de nuestras democracias, sino el verdadero nombre de éstas. Pero, bien mirado, lo peor de las mismas no es lo que tienen de dictaduras, que es francamente soportable en sí, sin necesidad de compararlas con regímenes fascistas o militaristas; lo peor es lo que tienen de benévolas o paternalistas; o por decirlo en negativo, lo que no tienen ni pueden tener de ilustradas.

En conclusión, hemos visto que el utilitarismo negativo es toda una concepción teórica, que se configura en torno a tres principios (de tolerancia limitada, de legalidad suficiente y de sufrimiento mínimo), lo cuales se formulan como respuestas o correcciones  que se derivan inevitablemente de la absolutización de tres valores (la tolerancia, la legalidad y el placer) al ser maximizados.

El “Placer negativo” y el “Open argument”

Otro argumento destacado por Popper en favor de la verosimilitud del utilitarismo negativo enraíza en las concepciones contemporáneas del placer de las ciencias humanas, especialmente la psicología y la neurología. En concreto, y enraizando con los debates clásicos, plantea el problema de la “simetría”, que aborda de forma concluyente considerando que desde el punto de vista ético no existe ninguna simetría entre el sufrimiento y al felicidad o entre el dolor y el placer. Popper piensa  que la fórmula “aumentemos el placer” se apoya en un presupuesto falso: el de la escala continua entre placer y dolor, que permite tratar a este último como “grados negativos de placer”. Podría pensarse que así se abandona el horizonte utilitarista, pero tal interpretación no nos parece cierta. La preocupación por el dolor, y la tendencia de darle una cierta primacía en el cálculo, ya estaba presente, aunque quizá con una formulación no del todo afortunada, en la conocida teoría económica del valor marginal decreciente, aplicada al placer.

El “utilitarismo negativo” no se define únicamente por la máxima “minimizar el dolor”, sino que lleva implícito otro principio: la inconmensurabilidad entre dolor y placer, su radical asimetría. En fin, el último argumento esgrimido por Popper hace referencia a la mayor adecuación de la máxima “disminuyamos el dolor” con el sentido moral común. Aunque posteriormente volveremos sobre este tema, queremos destacar del mismo un aspecto relevante y muy significativo en la perspectiva de una reformulación moralista del utilitarismo. Desde Moore se ha convertido en tópica la crítica del “open argument”. Aunque curiosamente Moore la usó para fundamentar el utilitarismo, es obvio que el utilitarismo no pasa la prueba del “open argument”. Ante esta cuestión caben dos actitudes. Una en absoluto frívola o poco razonable, sería la de no aceptar la prueba. La segunda opción nos lleva al utilitarismo negativo. A “¿por qué la felicidad es buena?”, difícilmente puede contestarse “porque es evidente” sin repugnar a la conciencia común; pero a “¿por qué eliminar la miseria es bueno?” puede responderse “porque es evidente que es bueno” que, si bien no cumple con las exigencias del “open argument”, satisface plenamente las exigencias de la conciencia.

Vemos en consecuencia que la propuesta popperiana no es una mera nota a pie de página, sino que la sugerencia condensa toda una alternativa ética sustantiva y fecunda: El utilitarismo negativo reivindicado por Popper no es, pues, una anécdota en su pensamiento, sino una propuesta coherente con su filosofía práctica y con su epistemología.

La teoría del “doble saldo”

La profundidad de la propuesta popperiana aparece más fácilmente, como hemos dicho, si situamos los contenidos de la nota 6 en el marco general de su pensamiento, si releemos sus famosas notas a pie de página como una propuesta sintetizada de filosofía práctica  coherente con su epistemología y su filosofía en general. No se trata de despreciar la norma “aumentemos el placer” . Se trata en primer lugar de distinguir en el principio utilitarista dos prescripciones no reductibles entre sí: “disminuir el dolor” y “aumentar el placer”; en segundo lugar, de dar absoluta preferencia a la minimización de la miseria y el sufrimiento de forma directa y urgente, en tercer lugar, de procurar el aumento del bienestar y la felicidad tanto por sus posibles efectos indirectos en la disminución del dolor cuanto por su valor en sí sustantivo. El “utilitarismo negativo” nos parece estrechamente ligado a una sospecha respecto al desarrollo histórico del utilitarismo clásico y las concreciones doctrinales que ha ido tomando, a juzgar por las políticas que ha inspirado, o a las que ha servido de cobertura. Lo que en el utilitarismo clásico aparecía en la expresión teórica, y oculto por la voluntad práctica, se convertía en objetivo consciente y legitimado en el “utilitarismo económico”, en el bienestarismo. El utilitarismo negativo, pues, implica invertir radicalmente la tendencia contemporánea del utilitarismo, en su forma bienestarista. Tenemos , pues, una clara diferencia entre dos tipos de utilitarismo, el positivo y el negativo, caracterizados respectivamente por centrarse en el saldo de bienestar o en el de la miseria.

Hemos radicalizado conscientemente la oposición. Reconocemos que en el utilitarismo positivo se tendía a tener en cuenta ambos preceptos y a matizar el cálculo en consecuencia; se tendía a ver como la tensión entre dos variables, que el legislados había de ponderar, equilibrar y articular. Ambas concepciones del utilitarismo, requieren sendas concepciones contrapuestas de la relación entre el placer y el dolor. El utilitarismo positivo supone la homogeneidad entre ambos, su diferencia es meramente escalar: de ahí que puedan sumarse y restarse, originando el saldo último. El utilitarismo negativo, en cambio, los considera de distinta naturaleza, heterogéneos, inconmensurables.

El aumento de placer, en rigor, no repercute sensiblemente en la disminución del dolor de forma inmediata, si bien las condiciones que generan el aumento del placer sí pueden incidir en la disminución del sufrimiento; así, la creación que riquezas puede favorecer la disminución de miseria. Por tanto, podemos concluir: a) las variaciones de placer y dolor no están relacionadas directamente, y mucho menos mediante un vinculo causal; b) sólo hay relación posible entre las condiciones que hacen posible el aumento de placer y las que hacen posible la disminución del dolor; c) aunque las condiciones favorables al aumento del placer son también favorables a la disminución del dolor, lo son sólo potencialmente y de forma no necesaria y mediata, es decir, requiriendo  de una intervención particular añadida; y d) hay condiciones específicas para el aumento del placer y para la disminución del dolor excluyentes entre sí.

Conviene, en fin, destacar que si ya el utilitarismo clásico parecía ya más apropiado como filosofía política o ética social que como ética privada, el utilitarismo negativo, aunque de hecho solo radicaliza su carácter eminentemente de ética pública, al mismo tiempo ofrece un buen marco para le ética privada.

Dos versiones del utilitarismo negativo

Sistematizando algunas ideas ya indicadas, podemos distinguir en dos breves líneas de Popper dos formas o defensas de este utilitarismo negativo cuya principio normativo podríamos formular como el de “menor sufrimiento posible para el menos número”. Por un lado, lo que podemos llamar “tesis débil”, según la cual la minimización del dolor sería reivindicada de forma tendencial para contrarrestar la tendencia rival de maximizar el placer, o simplemente como establecimiento de un criterio de ponderación de preferencias a la ora del cálculo; por otro lado, la “tesis fuerte”, que aspiraría a imponer la minimización del dolor como único saldo a tener en cuenta.

La tesis débil, ciertamente, no va contra el utilitarismo clásico. No hay duda alguna respecto a que el utilitarismo, en sus versiones clásicas, contaba con el dolor, intentaba cuantificarlo, lo tenía presente en el balance final: pero, como ya hemos dicho, éste era un “balance de placer”, en el que el dolor quedaba desustantivado, reducido a placer negativo y, en consecuencia, compensable, intercambiable, neutralizable con placer.

Ciertamente, es imposible combatir la miseria sin generar riqueza, sin producir los recursos necesarios para combatirla; y es imposible combatir el dolor y el sufrimiento, especialmente en la escala social, sin los medios técnicos y económicos que solo el desarrollo proporciona. Pero es una falacia peligrosa concluir que la felicidad producida es inmediata y necesariamente convertible en disminución de dolor. Tal vez sea esta la razón por la que Farrell, que es sensible al cinismo del bienestarismo liberal conservador, embiste contra Popper, conocedor de la posición política del filosofo inglés. Pero creemos que en el terreno de la filosofía política deben evitarse dos errores. Uno, el de suponer la absoluta univocidad entre cada núcleo teórico y sus fundamentos. Como antes hemos dicho, Popper apoya su reflexión en la denuncia de una falacia, de una falsa concepción escalar del placer y del dolor, en la no distinción esencial de los mismos.

Es cierto que la tesis débil está explicada en el utilitarismo clásico. La tesis débil, puesto que solo postula que ayudar al que sufre es preferible a mejorar la situación de los ya felices, en el límite se confundiría con la exigencia de cumplir con fidelidad uno de los principios del cálculo del utilitarismo clásico al que ya hemos aludido, a saber, el de la utilidad marginal decreciente. Más aún, esta tendencia que hemos llamado de buena fe -pero que en casos concretos podría estar motivada por la inconsciencia y aún por el cinismo- que reverencia la maximización positiva del placer confiando ingenuamente en que la riqueza la contamina todo; esta tendencia a cultivar únicamente el “saldo de placer” expresa una clara degeneración del utilitarismo por otra razón. Si es así, y dado que es obvio que hoy se tiende a una reprivatización de la vida civil, la propuesta de Popper, aunque sea únicamente en la tesis débil, debe ser escuchada en lo que tiene de utilitarista y en lo que implica para el utilitarismo actual: poner la minimización del dolor en el punto de mira de la ética pública de hoy, en que la productividad es una victoria ganada, dando un papel predominante a la (re)distribución , es al mismo tiempo adoptar un punto de vista moral y adoptarlo racionalmente.

Veamos ahora la tesis fuerte. Esta sí que afecta al utilitarismo en general, incluido el clásico, en al medida en que aspira a contabilizar únicamente el dolor y la miseria. Hay que decir de entrada, que Popper no es tan ingenuo para ignorar que el dolor y la miseria se corrigen fundamentalmente con la producción positiva de riqueza. Pero, por su lucidez y falta de ingenuidad, es consciente de que a) no basta la producción de riqueza  para ganar la batalla al saldo de sufrimiento, y b) hay producción de riqueza que no es susceptible de revertir el salgo de dolor. La tesis fuerte, por consiguiente, prescribe combatir el dolor y supone que combatir el dolor es distinto a promover la felicidad, que ésta no se suma a aquel. Por último, conviene salir al paso de una crítica a la totalidad: la de que el utilitarismo negativo viola el marco teórico del utilitarismo clásico. Creemos que no es así, que es coherente con sus preocupaciones básicas,  aunque las deficiencias teóricas les impidieran una formulación apropiada.

El utilitarismo negativo formulado por la tesis fuerte parece también  estar presente de forma manifiesta en pasajes clásicos, como en la teoría del castigo de Bentham. Así se entiende que Bentham considere que todo castigo en sí es malo, pues según el principio de utilidad solo, puede ser admitido en la medida que evite un mal peor.

Escala placer-dolor

Para facilitar el análisis, y puesto que ya hemos dicho que la tesis débil parece os días nos parezca oportuno reivindicarla, nos centraremos en los fundamentos y efectos de la tesis fuerte. Uno de los frentes de la crítica de Farrell a Popper se concentra precisamente en torno a los conceptos de placer y dolor. Lo plantea como problemática de la simetría/asimetría  de la escala placer-dolor. La tesis de Farrell incluye una doble afirmación. Una de ellas es correcta: la que atribuye al utilitarismo clásico, y al espíritu del mismo, la pretensión de cuantificar  el placer y la necesidad consecuente de una regla de conversión del sufrimiento en placer. La otra, en cambio, debe ser sometida a crítica, pues de la anterior no se deduce que el cálculo cuantitativo sea una exigencia metodológica intrínseca a la doctrina utilitarista. Desde esta perspectiva, y solo desde ella,  tiene sentido la propuesta utilitarista; de lo contrario, las críticas históricas a las carencias de su cálculo de la felicidad habrían sido definitivas para cualquier individuo razonable. Porque, en efecto, en la perspectiva de una aritmética del placer, parece necesaria cierta conmensurabilidad para establecer una decisión global, un saldo final. Reconocemos que los problemas del cálculo no provienen únicamente de la suma/resta entre placer y dolor, y que gran parte de estos problemas permanecen aunque actuemos con dos saldos. La ventaja del utilitarismo negativo reside fundamentalmente en que evita la necesidad del cálculo o lo simplifica hasta hacerlo posible. Somos conscientes de que para muchos utilitaristas, obviar el cálculo equivale a abandonar el camino. Renunciar a la aritmética del placer no implica necesariamente  entregarse a evaluaciones meramente subjetivas e intuitivas, ni a pseudo-cuantificaciones puramente ordinales. En esta dirección  hay que afrontar, como mínimo, dos tipos de problemas, los referentes a la dimensión distributiva y los relativos a la dimensión cualitativa. Ante estos problemas hay que tener la valentía de resistir la tentación cartesiana de claridad y distinción. Las opciones que facilitan el cálculo cuentan con la fascinación del modelo matemático.

Algo similar ocurre con otra fuente de dificultades, las que surgen de introducir en el cálculo la diferenciación entre dos tipos de placeres, el valor relativo de los mismos; o sea, de jugar simultáneamente con diferencias cuantitativas y cualitativas. Analizados sistemáticamente, se constata que son problemas muy diferentes. Los del segundo tipo, es decir, del cálculo de la felicidad que tiene en cuenta la cualidad del placer, son semejantes a los derivados de los diversos aspectos del placer.

Estas dificultades, que tanto se han subrayado como críticas al utilitarismo, son, en definitiva las tareas que lo originaron: ante estos obstáculos se constituyó el utilitarismo. La objeción más generalizada que suele hacerse es que la tabla de equivalencia de aspectos o dimensiones es imposible porque los mismos son inconmensurables. Ahora bien, la objeción siguiente sería el carácter gratuito de la atribución de valor a las cantidades de placer, ya que el mismo no es observable, o se observa en síntomas no comparables. Moore ha intentado construir la escala objetivamente. Parte de un cero hedonista: una sensación que no es ni dolor ni placer. Y sitúa los placeres/dolores en esa escala.

El problema de la cualidad del placer ya lo abordo Mill en el Utilitarismo, cuando comenta la tendencia delos críticos a considerar que la doctrina ofrece una moral grosera, digna de los cerdos. Mill defenderá que la tesis del utilitarismo es compatible con el reconocimiento de placeres superiores, defendiendo una jerarquía de placeres en base a la cualidad de su valor, o lo que viene a ser equivalente, distinguió entre placer y valor. Ahora bien, el mismo Mill señala que por placeres superiores pueden entenderse cosas diferentes.

Moore ha defendido que el placer acompaña  a las acciones que deben hacerse. Tal tesis no es fiel al criterio hedonista: se sitúa en el campo de la experiencia placentera, no en el del placer experimentado.

En conclusión, el utilitarismo positivo no puede renunciar a las escalas de conversión, pero debe contentarse con considerarlas un ideal inalcanzable. Por tanto, ha de asumir su límite, renunciar a la pretensión de cientificidad que animó a sus clásicos, liberarse de prejuicios de cálculo aritmético y buscar unas formas de ponderación y equivalencias razonables. Si ese es el horizonte del utilitarismo positivo, sobre el mismo podemos proyectar una nueva ventaja de la propuesta del “utilitarismo negativo”. Al tomar como criterio  de moralidad la capacidad de la acción para reducir el sufrimiento, se ahorran las tareas impuestas por la exigencia del cálculo. Todo ello fortalece nuestro argumento en pro del utilitarismo negativo. La  simplicidad es un dato importante a valorar en una teoría filosófica. Hemos de añadir, para concluir, que el utilitarismo negativo no es una simple alternativa o inversión al utilitarismo positivo, sino un principio que, junto a otros, favorecen la reformulación del utilitarismo en el sentido indicado de acentuar su dimensión humanista y moral.



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