El liberalismo 7. Perfeccionismo y antiperfeccionismo
El perfeccionismo
El antiperfeccionismo, es uno de los principios filosóficos fundamentales del liberalismo, y sin comprenderlo tampoco podemos entender a los liberales, aunque aquí haya que matizar que algunos de los pensadores denominados “comunitaristas” defienden a la vez una sociedad liberal y criterios perfeccionistas (en otros artículos ya hablaremos de ellos). Para empezar a distinguir el perfeccionismo y el antiperfeccionismo podríamos postular que las concepciones liberales contemporáneas irían asociadas al ideal antiperfeccionista y los comunitaristas al perfeccionista, aunque el perfeccionismo se asocia más comúnmente a ideologías totalitarias, teocráticas, etc., cosa que nos significa que pueda tener también interpretaciones o versiones democráticas. El gobierno perfeccionista más extremo, en este sentido, considerándose en posesión del conocimiento de lo que significa el bien y el mal, intervendría tanto en la moral privada como en la moral pública, y procuraría, por medio de la educación, enseñar su idea de «bien» y castigar las conductas inadecuadas, partiendo siempre de lo que supuestamente considera bueno para los individuos. El objetivo final de un gobierno perfeccionista sería, de este modo, el de mejorar la sociedad según criterios y valores específicos y bien definidos. El perfeccionismo, por tanto, aplicaría una concepción fuerte del «bien» y de la «moral», ya que tendría claro qué es el bien y el mal y lo trataría de transmitir a la sociedad. Y en casos todavía más extremos de perfeccionismo, la distinción entre moral privada y moral pública desvanecería, ya que todo se consideraría sometido a la moral pública.
El antiperfeccionismo
El antiperfeccionismo, por su parte, considera imposible fundamentar un conocimiento infalible del bien y del mal y como postula que todos somos lo suficientemente inteligentes para decidir sobre nuestros propósitos y sobre qué puede ser adecuado o qué puede ser nocivo para nosotros mismos y para nuestros propósitos, se abstiene de promover ningún ideal de «bien». Una muestra de antiperfeccionismo la podríamos encontrar en Ludwig von Mises. Aunque la posición de Mises no debe ser necesariamente compartida por todos los liberales, sus ideas frente al consumo de drogas y alcohol nos sirven de ejemplo de criterio antiperfeccionista, ya que no creía que la intervención estatal fuera realmente útil para curar al pervertido y liberarlo de sus lacras. Pensaba, contrariamente a esto, que esta mediación podría abrir la puerta a daños aún más graves y que, si se prohibieran determinadas actitudes, ciertos tipos de literatura, la difusión de teorías falsas o actividades obscenas, aunque fuera con la mejor intención, se podría convertir al ciudadano en esclavo de la comunidad[1]. Y aún iba mucho más lejos cuando sostenía que el estado no debía ocuparse ni de la educación ni de la escolarización de la juventud, que consideraba que debía dejarse en manos privadas. Esta idea no era gratuita, porque creía que la educación en manos del estado servía para fomentar los intereses y el odio y estaba al servicio de la opresión nacional. Consideraba que, en tanto que la opresión de la escuela nacional servía para fomentar el enfrentamiento y la guerra entre las naciones, más valía un analfabeto sano que un ilustrado minusválido[2]. Pero más allá de esta posición extrema y hablando en general, podemos manifestar que, si el estado antiperfecionista tuviera que interferir en la moralidad, lo haría siempre sobre la moral pública y en el menor grado posible, normalmente, cuando la conducta moral (o la amoral) entrara en contradicción con la autonomía individual, la justicia y causara prejuicios a terceros. Por ejemplo, prohibiría la prostitución cuando la prostituta prestara servicios bajo la amenaza de una mafia, o cuando alterara el orden público. En consecuencia, aunque no se puede decir que el antiperfeccionismo no disponga de ningún criterio de «bien», ya que defiende la libertad individual, se asociaría a una concepción débil del «bien», mientras que el perfeccionismo aplicaría una concepción fuerte.
Ideas regulativas
Pero el perfeccionismo y el antiperfeccionismo tal y como los hemos descrito en el párrafo anterior, son, meramente, pautas de comprensión de la política o ideas regulativas, ya que, como sucede siempre que queremos entender fenómenos humanos y sociales, la realidad está llena de matices conceptuales y grises prácticos. De hecho, hay quien cree no se puede hablar directamente de estados o gobiernos perfeccionistas o antiperfeccionistas, sino que, más adecuadamente, deberíamos hablar de medidas perfeccionistas y antiperfeccionistas. Para comprender correctamente esta cuestión, deberíamos entender el concepto de «neutralidad» que analizaremos en otro capítulo. De momento y sin embargo, hay que considerar que es imposible la existencia de un estado que mantenga una neutralidad absoluta con las diferentes concepciones de «bien». Aparte de esto, se pueden encontrar teóricos liberales que, implementando un criterio universalista, considerarían que hay elementos culturales y de valores que todos los seres humanos compartimos y que, a partir de estos elementos, se derivarían unos criterios éticos que los gobiernos podrían promover. Entre todos estos principios se pueden destacar todos aquellos que harían posible el desarrollo de la autonomía individual (también incluiríamos aquí muchos más derechos humanos), defendiendo, de esta manera, un cierto criterio perfeccionista. Dentro de este razonamiento, el estado, sin llegar a prohibirlos, podría desalentar ciertos tipos de comportamientos, aunque no afectaran terceros, considerando, en este sentido, que hay planes y formas de vida más respetables que otras.
Perfeccionismo, antiperfeccionismo y lo bueno y lo correcto
Una forma más precisa de definir el perfeccionismo es la implementada por Rawls, y parte de la distinción de los conceptos de «bueno» y «correcto», que hemos explicado en el capítulo anterior del liberalismo. En realidad, esta será la fórmula que nos permitirá entender la crítica comunitarista al antiperfeccionismo. Rawls considera que la distinción teleológica entre «bueno» y «correcto» es el fundamento sobre el que descansa el perfeccionismo, ya que el perfeccionismo trataría de maximizar un ideal de «bien» dedicando la máxima cantidad de recursos disponibles para materializarlo[3]. Así, si este bien fuera la felicidad tendríamos un criterio eudemonista, y si fuera el placer, uno hedonista, si fuera la conquista, tendríamos una sociedad guerrera y si fuera el conocimiento, estaríamos ante una sociedad cientificista. En todo caso, serían cuatro modelos de perfeccionismo, cuatro sistemas sociales y cuatro sociedades orientadas, respectivamente, hacia una idea de «bien» o hacia un valor o conjunto de valores definidos. Estos estados, en consecuencia, destinarían una gran parte de sus recursos a fomentarlos. El estado antiperfecionista, por su parte y como se consideraría neutral con respecto a las concepciones de «bien», proporcionaría un marco en el que los hombres, ya sea individualmente, ya sea por medio de grupos o comunidades diferenciadas, podrían desarrollar su idea de «bien» particular. Priorizaría, de esta manera lo correcto sobre el bien, ya que sería como si lo destinado a la consecución de los bienes, se hiciera independientemente de las finalidades y se convirtiera, meramente, en un elemento formal, o como una herramienta con múltiples utilidades destinada a la función que cada uno considerara conveniente. Las instituciones y los medios, en definitiva, se convertirían en realidades últimas que no dependerían de ninguna otra cosa que de sí mismas, no destinadas a ningún bien, pero que posibilitarían la materialización de todas las ideas de bien, al menos, del máximo número de concepciones de «bien» posibles. Dentro de esta forma de entender la organización social, la justicia sería la institución máxima en tanto que determinaría la licitud de las actividades y de la manera de promover las ideas de bien, clasificándolas como correctas e incorrectas, pero la justicia misma (en teoría) no sería una idea de «bien», sino, sólo un medio o un elemento que imposibilitaría todas aquellas disfunciones sociales que, precisamente, impidieran que los individuos autónomos pudieran desarrollar sus concepciones de «bien» particulares.
[1]Mises, Ludwig von. Liberalismo. Barcelona. Planeta-Agostini. 1994. pp. 74, 75
[2]Mises, Ludwig von. Liberalismo. Barcelona. Planeta-Agostini. 1994. pp. 146, 145
[3]Rawls, John. Teoría de la justicia. Madrid. Fondo de Cultura Económica. 1995. pp. 45,46